En el orden natural, en el orden creado, el amor conyugal es la palabra más elocuente del ser y de la vida de Dios, del Dios Uno y Trino. Entre todas las “palabras” de la revelación natural, aún con la herida del pecado, no hay otra tan elocuente como la del amor conyugal.

Este amor no se identifica con la veleidad de los sentimientos, ni con la efervescencia de la atracción sexual, aunque implica la atracción y los sentimientos. Es una realidad firme, la más sólida de todas, y en su seguridad da cauce, sosiego, orden, lugar, valor y belleza tanto al sentimiento como a la atracción sexual.

«Es fuerte el amor como la muerte… Los océanos no serían capaces de extinguir el amor, ni los ríos de anegarlo» (Cant 8,6-7).

El cimiento sobre el que se yergue este amor fuerte es el acto más decisivo de la vida de un hombre, del varón y de la mujer: cuando dueño de sí, con la luz de la inteligencia y el dominio de la voluntad, decide acoger al otro y entregarse a él, de una vez para siempre.

La decisión de un amor irrevocable libera al hombre de la soledad y lo inicia en una vida de comunión, que podrá desarrollarse y crecer. En el nuevo ámbito de la vida común y estable, que tiene en el tú un bien definitivo, el hombre puede afrontar los problemas cotidianos e ir más allá de ellos. Puede construir una comunidad local y una nación, aventurarse en el conocimiento del universo y aspirar a la relación con el mismo Dios.

El amor irrevocable entre un varón y una mujer es el único capaz de generar vida humana y el ámbito donde la nueva vida ha de ser acogida. En el ámbito del amor entre el varón y la mujer, los hijos aprenden cuál es el bien fundamental que sostiene y encauza toda la vida del hombre. Allí se conoce la belleza de la diferencia sexual y de su unión; el valor de la fecundidad y de la transmisión de la vida corporal y de la sabiduría del espíritu.

La decisión de un amor irrevocable entre el varón y la mujer crea la única célula a partir de la cual puede crecer y sostenerse una sociedad viva. La familia, la nación, la cultura, la religión, encuentran su único apoyo firme en esta célula que es la comunión entre el hombre y la mujer.

No hay nada en la vida humana natural más bello, más fuerte y más valioso, que el amor inamovible entre el varón y la mujer; nada que tenga el poder de crear y de progresar que tiene este acto por el cual el varón y la mujer se acogen y se entregan mutuamente; y nada habla como él del ser de Dios, un amor entre personas distintas y una unidad perfecta, fundamentada no en el poder ni en el sometimiento, sino en el amor.

P. Enrique Santayana C.O.