La Iglesia del Oratorio está cerrada por obras
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ARTÍCULOS
Fuego en la tierra: Homilía de la Misa del Domingo 17 de agosto predicada por el p. Enrique C.O.
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- Escrito por Enrique Santayana C. O.
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¡QUE NADA SE PIERDA!
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- Escrito por Padre Enrique Santayana C.O.
Homilía del DOMINGO XVIII TO C
4 de agosto de 2019
«Vanidad de vanidades. Todo vanidad. Quien quiere otra cosa que no sea Cristo, no sabe lo que quiere. Quien pide otra cosa que no sea Cristo, no sabe lo que pide. Quien se afana y no lo hace por Cristo, no sabe lo que hace. Todo es vanidad, sino Cristo».
Estas palabras que solía repetir san Felipe de formas diversas resumen el asunto fundamental de las lecturas de hoy. En el convento de san Marcos, en Florencia, san Felipe había aprendido desde niño una cancioncilla compuesta por Jacopone da Todi con las palabras que hemos escuchado en la primera lectura. Había aprendido esas palabras y las había hecho suyas. En el libro del Eclesiástico un sabio judío, Qohélet, mostraba con terrible sinceridad una triste sensación para el hombre que aún desconoce la inmortalidad del alma y, más aún, la resurrección de Cristo. Si el alma no es inmortal, ¿qué saca el hombre de todo su trabajo? Nada. Todo es vanidad. ¿Qué hay detrás de cada cosa? Nada, porque todo pasará. Todo es vanidad. Cierto que existen cosas bellas a nuestro alrededor, y buenas. Cierto que podemos disfrutar del amor de los amigos, o de los hijos… Pero si todo pasa, si el hombre no es inmortal, todo es vanidad. Uno puede disfrutar de la vida, pero el sabio sabe que al final no queda nada, que todo es vanidad.
Es curioso que san Felipe hiciese suyas estas palabras y las repitiese mil veces. Son las palabras que uno esperaría escuchar en los labios de un triste filósofo existencialista. San Felipe las hizo suyas y sin embargo nunca fue un hombre triste, nunca fue un triste filósofo existencialista. ¡Todo lo contario! Es el santo de la alegría cristiana. Es difícil que un hombre que nace y crece en Florencia no aprenda a disfrutar de la belleza de las cosas, de la belleza del cielo y de la tierra. Es difícil que un niño que corretea por los claustros del convento de san Marcos, decorados con los frescos del beato Angelico, no aprenda a disfrutar de la belleza del arte, de la belleza visible.
Pero quizá las palabras del libro del Eclesiástico le ayudaron a buscar una belleza eterna tras aquella pasajera, una belleza invisible más allá de aquella belleza visible de los paisajes toscanos, y de los colores de los frescos de Florencia: del oro, del azul lapislázuli, del rojo cinabrio, del verderame… ¿Qué encontró san Felipe en su joven búsqueda? Encontró a Cristo y entendió que con él lo tenía todo. Sin él todo es vanidad, pero con él todo lo bello, todo lo verdadero, todo lo bueno permanece. «Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo», dice san Pablo. Y san Felipe, que disfrutaba con los bienes de la creación, enseñaba a los suyos a mirar al cielo, a desear el cielo; a preferir la compañía de Cristo a todos los bienes de la tierra, a preferir el paraíso.
Homilía del Domingo 28 de julio (P. Enrique Santayana C.O.)
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- Escrito por Enrique Santayana C.O.
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Homilía del Domingo 28 de julio (P. Enrique Santayana C.O.)
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- Escrito por Enrique Santayana C.O.
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PONERNOS A PRUEBA
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- Escrito por Padre Enrique Santayana C.O.
Homilía del XV Domingo TO C
14-VII-2019
«Haz tú lo mismo»
Comienza el evangelio con un pregunta a Jesús: «¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?». Es curioso: esta pregunta se la hacen dos veces a Jesús. Aquí el escriba y en otra ocasión el joven rico: «¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?». El joven rico le hizo la pregunta porque buscaba el camino de la salvación, aunque luego no estuvo dispuesto a seguir al Salvador. El escriba de hoy le hace la pregunta solo para poner a prueba a Jesús, con mala intención. Preguntémonos nosotros ya desde el principio con qué intención nos acercamos a Jesús y con qué interés nos llega esta pregunta: «¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?»
En tiempo de Jesús, la respuesta no era evidente, porque a los Diez Mandamientos se habían ido añadiendo tantos preceptos que muchas veces solo oscurecían lo fundamental. Porque la respuesta no era clara el escriba malintencionado escoge esa pregunta para poner a prueba a Jesús. Sin embargo, Jesús va a ayudar a este escriba a probar su propio corazón, a volver la mirada sobre su propio corazón para examinarlo. De esta forma nos ayuda también a nosotros hoy. Veremos cómo.
«Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?».Jesús responde a la gallega: «¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?».El escriba, entonces, elige dos versículos del AT: uno del libro del Deuteronomio, el que se refiere al amor de Dios, y otro versículo del libro del Levítico, el que se refiere al amor del prójimo; y tiene el gran acierto de unirlos y de presentarlos juntos como la síntesis del camino que lleva a la Vida. Responde: «“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza” y con toda tu mente. Y “a tu prójimo como a ti mismo”». No podía responder mejor. Jesús no le añade ni le quita: «Has respondido correctamente. Haz esto y tendrás la vida». No quiero seguir adelante sin destacar el acierto y la brillantez del escriba para escoger esos dos versículos como resumen de la ley. Era malintencionado, no tonto. El propio san Agustín, tomará pie de esta respuesta y de otra muy similar en el evangelio de san Mateo para enseñar que la primera tabla de la ley, los tres primeros mandamientos, se resumen en el amor a Dios; y la segunda tabla, los siete mandamientos restantes, se resumen en el amor al prójimo.