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SAN FELIPE NERI EXPERIENCIA DE DIOS Y MISIÓN
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- Escrito por Padre Enrique Santayana C.O.
- Categoría: San Felipe Neri
SAN FELIPE NERI. EXPERIENCIA DE DIOS Y MISIÓN
et videbimus in laetitia vestra
Conferencia pronunciada 12 de marzo de 2022,
Simposio mundial «Santidad, Misión y Experiencia de Dios”. CiTeS – Universidad de la Mística (Ávila)
Simposio mundial «Santidad, Misión y Experiencia de Dios”. CiTeS – Universidad de la Mística (Ávila)
Roma se levanta agitada por el entusiasmo. Entre los arcos y las columnas, los bustos de los antepasados y las estatuas de los dioses paganos, se encuentran ahora por todas partes los signos de la civilización cristiana. Lo humano se toca con lo divino. Una amalgama de pasiones tan antiguas como modernas y una desconcertante belleza. La Reforma católica reclama con sus imponentes iglesias la atención hacia la gloria del hombre adquirida por la sangre del Redentor. El Gesù, el centro pulsante de la Compañía de Jesús, está levantado desde hace 54 años. En San Pedro, la gran cúpula ha sido coronada con la esfera de bronce dorado y con la cruz hace 19 años. Entre san Pedro y el Gesù, la Chiesa Nuova, donde descansan los restos de san Felipe, solo hace cinco años que ha terminado sus últimas obras.
El ingenio de alguno, quien sabe si artesano, sacerdote o sacristán, da cauce a los sentimientos de los romanos: «Hoy el papa canoniza a cuatro españoles y a un santo». La fórmula mordaz, pero llena de afecto hacia «padre Filippo» se repite por las calles. Y es que la de san Felipe había sido una gran misión hacia el pueblo de Roma, todo el pueblo, desde el más pobre, hasta el Papa. Con esto empezamos casi por el final el tema propuesto: «Experiencia de Dios y misión de san Felipe».
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Conferencia pronunciada el sábado 12 de marzo de 2022, en Ávila, con ocasión del IV aniversario de la canonización de san Isidro labrador, santa Teresa de Jesús, san Ignacio de Loyola, san Francisco Javier y San Felipe Neri; en el Simposio mundial «Santidad, Misión y Experiencia de Dios”. CiTeS – Universidad de la Mística (Ávila).
El Paráclito y la lógica del amor de Cristo
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- Escrito por Enrique Santayana
- Categoría: Domingo VI
VI Domingo de Pascua
14-V-2023
«No os dejaré huérfanos. Volveré a vosotros»
(Jn 14,18)
Habla Jesús a los Apóstoles en su despedida, antes de morir. Para nosotros no son las palabras de quien se despide, sino de quien está presente y vivo. Presente desde la eternidad de Dios, que no podemos aún tocar. Vivo y presente en lo invisible, en lo intangible, en lo inimaginable, porque no podemos imaginar siquiera la belleza de vida de la humanidad de Cristo en el cielo. Un velo nos separa, aunque llegará el día en que ese velo caiga.
¿Y de qué habla el Señor? De amor: «Si me amáis». Él nos ha amado a nosotros: «No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos», había dicho, y se entregó por nosotros a la muerte. Ahora, vivo, nos habla de nuestro amor: «Si me amáis», si me amáis vosotros.
Nuestra cultura habla de amor sin entender qué es. Nosotros llegaremos a entenderlo si miramos al que nos ha amado. ¿Qué ha hecho? Ha descubierto que somos un bien más valioso que su vida y se ha entregado por nosotros. Eso nos dice qué es el amor. No la atracción física por quien esperamos que sacie el apetito de nuestra carne; no la atracción de quien nos parece que puede saciar nuestras necesidades afectivas; no el deseo de que nuestra vida sea complementada para ser más plena; sí el descubrimiento de un bien digno de nuestra entrega.
Al crearnos y al redimirnos en la cruz nos ha descubierto ante su corazón como un bien digno de ser amado. Y porque nos ha descubierto como un bien absoluto, se ha olvidado de sí, se ha «olvidado» de que él es el Hijo Eterno, el Verbo Creador, se ha olvidado de que es el más bello de los hombres y el hombre sin pecado, el inocente… y se nos ha entregado. No solo se ha entregado en la cruz, sino que se nos ha entregado. Por eso la cruz es Eucaristía.
Ahora él dice: «Si vosotros me amáis». En nosotros el amor es siempre el resultado de un camino. En el amor conyugal, por ejemplo, el primer paso es la atracción física, psicológica, moral… lo que se expresa en las palabras: «me gustas». El segundo paso es la percepción de que tú eres un bien para mí, que la vida es mejor contigo, lo que me lleva a decir: «quiero pasar mi vida contigo». El tercer paso es el descubrir el valor del otro olvidándome de mí, que se expresa en las palabras del rito del matrimonio: «Yo, José, me entrego a ti», palabras que abren una vida entera para realizar dicha entrega. En este tercer paso del camino, que no tiene por qué hacer desaparecer los anteriores, aparece el verdadero amor: el descubrimiento del otro, valioso en sí mismo, independiente de lo que me da, que hace que me olvide de mí y me entregue a él.
El amor a Cristo es también el resultado de un camino. Primero, somos atraídos por el amor que nos ha mostrado en la cruz y entendemos que no hay amor como el suyo. Después, comprendemos que nuestra vida es más plena con él y decimos: no entiendo mi vida sin ti, Señor. Ya no podría vivir sin escuchar tu Palabra, sin tu perdón, sin tu gracia, sin el pan de la Eucaristía, sin saber que me esperas en el cielo. Pero aún queda más, aún queda el olvido de sí y la entrega.
Hemos dicho lo que es el amor de Cristo por nosotros y cómo se verifica: en su entrega a nosotros. Ahora, ¿cómo se verifica nuestro amor por él?: «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos». Guardar sus mandamientos, el doble mandamiento del amor a Dios y del amor al prójimo, tal como él los ha vivido hasta la muerte, es guardarle a él su entrega como la guía de nuestra inteligencia y de nuestros afectos, de las elecciones y aspiraciones de nuestra vida… hacer de su entrega el mandato de nuestra vida, en eso se verifica nuestro amor por él.
Entonces, «si me amáis… Yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros». Vivirá en nosotros entregándonos su Espíritu, plantando su Espíritu en nuestro espíritu. Cristo habla del Espíritu Santo como «Paráclito», literalmente «el que es llamado a venir junto a uno», la compañía de nuestra alma, el que nos trae al alma para siempre a Cristo. El que se nos ha entregado de una vez para siempre no ha agotado el camino de su amor y busca vivir en nosotros por su Espíritu, para que nosotros vivamos en él.
¿Recibirás tú este Espíritu? Jesús dice: «El mundo no puede recibirlo». El mundo es el conjunto de los que aún no han entrado en este diálogo de amor del que hablamos. Él habla ahora a los que ya han empezado a amarlo, aunque amen llenos de debilidades, como los Apóstoles que le escuchaban entonces y como nosotros. Y añade: «vosotros lo conocéis, porque mora con vosotros y está en vosotros». Si el amor de Cristo ha prendido en vuestra alma, ya conocéis su Espíritu, ya mora en vosotros la primicia del Espíritu, y Cristo promete una presencia más fuerte en vuestra alma: «No os dejaré huérfanos», no os dejaré solos. «Sabréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros».
Cristo nos abre a un amor desconocido para nosotros, que no se agota con la entrega hasta la muerte, sino que avanza más y más en intimidad. Es su amor que, olvidado de sí, viene a vivir en nosotros y quiere hacernos capaces a nosotros de vivir en él: «permaneced en mí, y yo en vosotros» (Jn 15, 4). Que, olvidados de nosotros mismos, podamos vivir en él, y así en el Padre, en Dios. Esta es la lógica del amor a la que nos conduce su Espíritu: no vivir en mí, sino en él. Cristo en mí y yo en Cristo; Cristo en Dios y yo en Dios.
Hasta que el velo de esta vida caiga y la comunión en la Trinidad sea perfecta.
Alabado sea Jesucristo
Siempre sea alabado
Enrique Santayana C.O.
Homilía
VI Domingo de Pascua
14-V-2023
Oratorio de san Felipe Neri
Alcalá de Henares