Estas son las afirmaciones inquietantes que Jonás y san Pablo nos hacen llegar. Aunque también las dos están cargadas de una esperanza que se muestra en el Evangelio. Pero, para poder apreciar el valor de las palabras de Cristo, hemos de entender que la inquietud transmitida por Jonás y por san Pablo responde a la realidad. Es una realidad que «la representación de este mundo se acaba» y que todo lo que creemos poseer no son más que sombras que no podemos aferrar.
Nosotros estamos de verdad ante este vacío que parece que todo lo devora. Pero a nuestra espalada se oye la voz dulce, serena y poderosa de Cristo: «Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio». Sí, el tiempo se acaba, pero no es el abismo lo que nos espera, sino algo muy distinto: Dios, porque él viene a nosotros y nos llama para que nos volvamos hacia él. Estamos ante un abismo que va devorando todo y él nos llama para que nos demos la vuelta, hacia él: «convertíos».
Viene con una ley nueva que da orden y estabilidad a un nuevo mundo: el Evangelio. En el imperio romano «evangelio» era la orden del emperador que se cumplía por su poder y daba orden al mundo. Pero justo este mundo que nace del poder meramente humano se muestra débil, no es capaz de asegurar nada y se desvanece. Ahora llega el verdadero orden que Dios establece, allí el hombre está a salvo; no se pierde ni él, ni su esfuerzo, ni su amor. Ese orden nace de Dios que nos ama y nos llama a él: «Convertíos y creed en el Evangelio».
Cristo, el Dios hecho hombre, ordena todo en torno a él. Todo se ordena por su amor. Por el amor suyo hacia el hombre y por el amor del hombre hacia él. Lanza la llamada amorosa a volverse a él, a su seguimiento, a su compañía y se convierte en el centro de la vida que no será destruida ni siquiera por la muerte. «Pasando junto al mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés, el hermano de Simón, echando las redes en el mar, pues eran pescadores. Jesús les dijo: “Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres”». Se afanaban en un mundo sin futuro, y Cristo los llama a su compañía y a un mundo donde su esfuerzo tendrá un fruto que permanezca para siempre: «os haré pescadores de hombres», hombres que conocerán a Dios y se acercarán a él, vencerán la muerte y vivirán eternamente con Dios.
El Evangelio de Jesús no se impone con la fuerza de los ejércitos, como la ley del emperador, sino con la fuerza del amor del que nace y al que llama al hombre. Es un verdadero evangelio, una ley que tiene el poder del amor y que llama al hombre en su libertad. Aquellos hombres, dice san Marcos, «inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron».
Aquí vuelve a aparecer la urgencia, como en Jonás: «inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron». Pero es una urgencia distinta. Es como la urgencia que experimenta el joven cuando se enamora. Se trata de la urgencia de no dejar pasar el amor y la llamada de Dios, la urgencia gozosa de la vida con Cristo, que vence la muerte y establece al hombre en el corazón de Dios, donde el hombre se salva con todo lo que le es propio. No es la urgencia de hacer grandes penitencias, tan solo se requiere que escuchemos a Cristo y vayamos con él.
Nosotros, como cada hombre, estamos ante la representación de este mundo que se termina. Pero la dulce, poderosa y serena voz de Cristo llega a nosotros y nos llama. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor, hoy, cuando Cristo nos llama.
Alabado sea Jesucristo
Siempre sea alabado
21 de enero de 2024
Oratorio de San Felipe Neri. Alcalá de Henares