2. Entenderemos el significado de esta sucesión de escenas si nos paramos a responder a una pregunta: ¿Qué es lo que aparece como importante para Jesús? ¿Qué es lo que llena sus días? La respuesta no es difícil: Hay dos cosas importantes para Cristo: Dios y el hombre. Escuchar a Dios, eso es la oración, y que el hombre viva. Desde el inicio de su vida pública su afán está en Dios y en los hombres. Eso nos hace entender que es el Hijo que vive para Dios y el Salvador del hombre. Jesús se define por un amor original a Dios, el amor propio del Hijo eterno; y por un amor al hombre que le lleva a consumir su vida por su salvación. Su yo se definie por el olvido total de sí y la afirmación absoluta de Dios y del hombre.
Estos dos amores no son dos fuerzas antagónicas, sino dos fuerzas que convergen, porque Dios ama al hombre por quien Cristo consume su vida, y porque el único bien del hombre es alcanzar a Dios, al que Cristo ama como Hijo. Cristo, que se define por estos dos amores, es también quien los une en su persona: él es Dios que ama al hombre, él es el hombre que se pone a la cabeza de los hombres para amar y enseñar a amar a Dios. Cristo une estos dos amores: porque la gloria y el gozo de Dios consiste en que el hombre viva y, la vida del hombre consiste en la visión de Dios, en la participación de su vida, de su amor. Es algo que ya en el siglo III era señalado por san Ireneo.
3. Ahora, la lectura de Job nos obliga a considerar con más atención el amor de Cristo por el hombre, por el hombre concreto, que clama desde una situación desesperada, esta es la palabra, desesperada. Seguramente, la situación de la suegra de Pedro y claramente la situación de Job. Situación sin futuro en la que cualquier hombre, antes o después, se encuentra, cuando llega la enfermedad, o la pobreza, cuando siente cercana la muerte, o cuando la vaciedad de la vida le ha dejado hastiada el alma. Job ha perdido sus bienes, ha perdido a sus hijos, ha perdido su salud, su carne es corroída por la lepra y hasta sus amigos le hostigan con sus juicios. Experimenta que Dios lo ha abandonado y que la desgracia ha caído sobre él. En esta situación desvela su pensamiento y así da voz a todo hombre:
¿No es acaso una lucha constante —milicia dice el texto— la vida del hombre sobre la tierra? ¿No es nuestra vida como el sucederse de los días de un jornalero, que trabaja de sol a sol un día y otro, y solo aspira a encontrar una sombra, pendiente siempre de la mísera recompensa del salario? Mi herencia, lo que he recibido en esta vida, ¿qué es? Meses vacíos y noches de fatiga. No tengo nada, solo cansancio sin fin, ni siquiera en la noche encuentro descanso. La angustia es tanta que me impide descansar, se me hace eterna la noche, me harto de dar vueltas hasta que amanece. Y así me doy cuenta de que se me pasa la vida. Podríamos añadir el verso se Manrique: «¡Cómo se viene la muerte tan callando!». Aunque, en realidad, Job la ve acercarse en el escaparse los días uno tras otro. «Corren mis días más que la lanzadera». La lanzadera es un instrumento que se usaba en los telares y servía para cruzar los hilos horizontales sobre los verticales. El tejedor experto lanzaba la lanzadera velozmente de derecha a izquierda, de izquierda a derecha, sin parar, una y otra vez. Job experimenta su vida como un ir de acá para allá en su angustia. Experimenta que, en realidad, su vida ya ha pasado, velozmente, que ya no tiene futuro. De hecho, algunos traducen: «Mis días han corrido más velozmente de lo que corre la lanzadera del tejedor, han desaparecido y ya no volverán». Job solo tiene ante sí la muerte. Entonces la descripción de su alma se convierte en oración. Se dirige a Dios, no para pedirle que le saque de su angustia, sino algo más básico: que no le pase inadvertido su dolor: «Recuerda que mi vida es un soplo, que mis ojos no verán la dicha nunca más».
Las palabras de Job han venido a ser Palabra de Dios. Todo el libro de Job es Palabra de Dios, y eso significa ya de primeras que la situación desesperada del hombre y su oración no le pasan inadvertidas a Dios. Y cuando Cristo se acerca a curar a la anciana, cuando luego cura a tantos en Cafarnaúm, cuando luego manifiesta que tiene que ir a todas las aldeas para hacer lo mismo, cuando, ya resucitado, mande a su Iglesia a prolongar su servicio salvífico en favor del hombre, está tomando en serio la angustia de Job y su oración, la angustia de todos los hombres y su oración. Mi sufrimiento y mi desesperanza no le pasan inadvertidos a Dios.
4. Un último paso. Hemos cantado en el aleluya: «Cristo tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades». La forma en la que Cristo se hace cargo de todas nuestras dolencias, de nuestras angustias, de nuestro hastío, de nuestra desesperanza, hasta de nuestra desesperación, es sufrirlas él y cargar él con todas ellas por amor. En la cruz, Cristo experimenta que Dios lo ha abandonado y que todo el mal de este mundo cae sobre él. Experimenta esto porque ha querido unirse a Job y a cada hombre, hacer suya la desesperanza de Job y la de cada hombre. Mirad bien: al llegar a la cruz él será Job. Él lleva en sí a Job y toda su angustia. Y su grito de justo, el grito del Hijo de Dios hecho hijo del hombre, «¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?», no pasará desapercibido a su Padre. El libro de Job, finalmente, habla de Cristo. Y la oración angustiada de Cristo es la de Job y la nuestra. Escuchando a Jesús, Dios escucha de nuevo a Job y a cada uno de nosotros. Mirando a Cristo en la actualización de su sacrificio en el altar de la Eucaristía, Dios nos mira a cada uno. Cristo, en su amor, une al hombre con Dios.
El mal es un misterio que envuelve nuestra vida en esta tierra, pero no dejemos de lanzar nuestra pobre oración a Dios, porque el Hijo eterno se ha unido por amor a nosotros y ora con nosotros. Es verdad que el misterio del mal nos envuelve, pero nos envuelve también un misterio más grande y más poderoso, el misterio luminoso del amor de Dios.