Oratorio San Felipe Neri de Alcalá de Henares
En la liturgia de la Palabra de este domingo prosigue la lectura del capítulo sexto del Evangelio de san Juan. Nos encontramos en la sinagoga de Cafarnaúm donde Jesús está pronunciando su conocido discurso después de la multiplicación de los panes. La gente había tratado de hacerlo rey, pero Jesús se había retirado, primero al monte con Dios, con el Padre, y luego a Cafarnaúm. Al no verlo, la gente se había puesto a buscarlo, había subido a las barcas para alcanzar la otra orilla del lago y por fin lo había encontrado. Pero Jesús sabía bien el porqué de tanto entusiasmo al seguirlo y lo dice también con claridad: «Me buscáis no porque habéis visto signos (porque vuestro corazón quedó impresionado), sino porque comisteis pan hasta saciaros». Jesús quiere ayudar a la gente a ir más allá de la satisfacción inmediata de sus necesidades materiales, por más importantes que sean. Quiere abrir un horizonte de la existencia que no es simplemente el de las preocupaciones diarias de comer, de vestir, de la carrera. Jesús habla de un alimento que no perece, que es importante buscar y acoger. Afirma: «Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre». [Es decir: «el que yo os daré»].
 
La muchedumbre no comprende, cree que Jesús pide observar preceptos para poder conseguir que el milagro del pan continúe, y pregunta: «¿Qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?». La respuesta de Jesús es clara: «La obra de Dios es esta: que creáis en el que él ha enviado». El centro de la existencia, lo que da sentido y firme esperanza al camino de la vida, a menudo difícil, es la fe en Jesús, el encuentro con Cristo. También nosotros preguntamos: «¿Qué tenemos que hacer para alcanzar la vida eterna?». Y Jesús dice: «Creed en mí». La fe es lo fundamental. Aquí no se trata de seguir una idea, un proyecto, sino de encontrarse con Jesús como una Persona viva, de dejarse conquistar totalmente por él y por su Evangelio. Jesús invita a no quedarse en el horizonte puramente humano y a abrirse al horizonte de Dios, al horizonte de la fe. Exige solo una obra: acoger el plan de Dios, es decir, «creer en el que él ha enviado». Moisés había dado a Israel el maná, el pan del cielo, con el que Dios mismo había alimentado a su pueblo. Jesús no da algo, se da a sí mismo: él es el «pan verdadero, bajado del cielo», él es la Palabra viva del Padre; en el encuentro con él encontramos al Dios vivo.
 
«¿Qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?», pregunta la muchedumbre, dispuesta a actuar, para que el milagro del pan continúe. Pero Jesús, verdadero pan de vida que sacia nuestra hambre de sentido, de verdad, no se puede «ganar» con el trabajo humano; solo viene a nosotros como don del amor de Dios, como obra de Dios que es preciso pedir y acoger.
 
Queridos amigos, en los días llenos de ocupaciones y de problemas, pero también en los de descanso y distensión, el Señor nos invita a no olvidar que, aunque es necesario preocuparnos por el pan material y recuperar las fuerzas, más fundamental aún es hacer que crezca la relación con él, reforzar nuestra fe en Aquel que es el «pan de vida», que colma nuestro deseo de verdad y de amor.
 
 
Uno puede pensar: “qué fácil es esto que nos predicas”, no hay que hacer nada, tan solo recibir a Cristo, el pan de vida, el pan que Dios nos da a comer. Sí, ciertamente, en cierto sentido es fácil. Sin embargo, no se trata de coger algo que podemos guardar en el bolsillo o en una habitación de casa, sino de alguien que se da por entero y que solo podemos acoger si nuestra alma busca, más allá de todas las cosas, la vida eterna, la vida de Dios. Si busca a Dios, entonces sí es fácil. Pero lo difícil es no sucumbir en la búsqueda, lo difícil es no conformarse con el pan, con el trabajo, con las cosas buenas de esta vida, e ir más allá con el deseo del alma. ¡Eso no es fácil, queridos amigos! Para acoger el don de Dios es necesario que el alma sea ensanchada por un deseo de Dios siempre activo.
Hay, además, otro aspecto «difícil». Cuando el alma se ha ensanchado por el deseo de Dios, entonces podemos recibir su don, a Cristo, el pan de vida, el pan que Dios nos da a comer. Lo hacemos por la fe: «La obra que Dios quiere es que creáis en el que él ha enviado». Pero acogerlo a él como el único alimento de vida verdadera, como el único que puede darnos la vida de Dios, es ponernos en sus manos, entregarnos también nosotros a él. ¡Entregarse del todo, abandonarse a otro del todo, no es tan fácil! Es mucho más difícil que cualquier trabajo: «La obra que Dios quiere es que el hombre crea, en lugar de trabajar, que se entregue al que ha sido enviado por Dios […] La fe es una entrega plena a Dios» (HANS URS VON BALTHASAR).
  • Que Dios nos conceda buscarle a él.
  • Reconocerle en su Hijo hecho hombre, que se nos da como alimento de vida eterna en la Eucaristía.
  • Que nos conceda acoger al que se nos entrega y entregarnos al que deseamos acoger.
Alabado sea Jesucristo.
 
P. Enrique Santayana C.O.


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