Sacrificio, Vida y Gloria
(XXIX Domingo T.O. B)
«Concédenos sentarnos en tu gloria»
21/ X /2018
Oratorio de san Felipe Neri
Alcalá de Henares
Hemos escuchado una visión del profeta Isaías, solo los versículos finales de lo que se suele llamar el “IV canto del Siervo del Señor (YHVH)”.
Por una parte, el canto de Isaías recuerda lo que la naturaleza de las cosas nos enseña: que el sacrificio es fuente de vida, de sabiduría y de riqueza, riqueza del alma. El Señor Jesús tomará una imagen natural para mostrar esta verdad: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo, pero si muere, da mucho fruto». El orden de la creación nos enseña ya la lógica del sacrificio: el que se esfuerza consigue sus objetivos, mientras que el que no se esfuerza fracasa; los padres que más se sacrifican por sus hijos, son los que luego más se alegran al ver que sus hijos llegan a ser hombres de bien.
El canto nos muestra la lógica de la vida. La vida viene de Dios, la vida es Dios («En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres» Jn 1,4). ¿Y cuál es esta lógica de la vida? La lógica de la vida es el amor, el amor entendido no como gozo romántico o sensual —que es la reducción actual del amor que enseñan a nuestros hijos, y que lleva al hastío—, sino el amor que es entrega y sacrificio. ¡Esta es la lógica de la vida! Cuando se niega esta lógica, también se niega la vida. Cuando el sacrifico es excluido, los que se enamoran rechazan la donación definitiva del matrimonio y este se diluye, desaparece como experiencia fundamental de la vida de la sociedad. El hombre concreto ya no tiene como referencia central de la vida una entrega incondicionada y para siempre. Otras cosas aparecen como más importantes. Entonces, el amor del hombre y de la mujer se cierran a la vida y ya no desean engendrar hijos. Perdida la certeza de que el amor es un darse definitivo y sin condiciones para engendrar nueva vida por la cual sacrificarse, entonces también cualquier cosa puede parecer un matrimonio, y a cualquier cosa se le da el sagrado nombre de “familia”. Con esto no hacemos sino ocultar a los niños y a los jóvenes la verdad fundamental de la vida humana: la lógica de la vida, la lógica del amor verdadero y del sacrificio. ¡No permitáis que los políticos, la televisión y los colegios eduquen a vuestros hijos ocultándoles la verdad fundamental de la vida!
Pero el canto de Isaías es algo más que la expresión de una verdad inscrita en la creación; es, sobre todo, una visión, la profecía de un amor y un sacrificio total, querido positivamente por Dios: «El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento, y entregar su vida como expiación», el amor total y el sacrificio definitivo que Cristo consumará en la cruz. Este amor es capaz de purificar todo pecado y toda imperfección: la cruz de Cristo se ha convertido, en el bautismo y en la penitencia, en una fuente de amor que nos purifica desde dentro y nos hace justos: «mi siervo —dice Dios, es decir, mi Hijo, Jesús— justificará a muchos, porque cargó con sus crímenes». No solo nos purifica y nos justifica, sino que nos hará alcanzar la unión con Dios, que es descrita aquí como conocimiento y como luz: «por los trabajos de su alma —por los sufrimientos que a su alma le ha procurado el amor que nos tiene— verá la luz —la luz que es el mismo Dios—, el justo —Cristo y aquellos que él ha unido a sí— se saciará de conocimiento —el conocimiento propio del amor consumado—».
La visión de Isaías consiste en la profecía de este amor de Cristo, amor extremo, que es la fuente de una vida nueva para el hombre, más allá de esta vida «natural», la vida «eterna», la vida de Dios.
¿Creéis que esto es algo grande? Sí, lo es. Ningún hombre en su sano juicio se hubiese aventurado a aspirar a ella. En el mundo griego, el intento por parte del hombre de hacerse con la vida de Dios era considerado como el gran pecado, el pecado de la hybris, de la soberbia, de la desmesura. En la mitología griega aparece bajo muchos ejemplos, como el de Ícaro que quiere alcanzar el sol, como el de Prometeo que quiere robar el fuego de los dioses. A los griegos esto les parecía “desmesura y locura”. Los griegos tenían por dioses a seres imperfectos y limitados; aún así, juzgaban que el deseo de alcanzar la vida de estos dioses, de ir más allá de sus límites, no era sino soberbia, desmesura y locura.
Y sin embargo hemos dicho que la visión profética de Isaías es la de un amor y un sacrificio, el de Cristo, que se convierte en fuente de vida divina para el hombre.
En el Evangelio Cristo mismo, no ya en profecía, sino con toda la realidad de su vida humana, vuelve a hablar de esta vida divina y de su sacrificio como la fuente de donde brota esta vida divina para el hombre.
Santiago y Juan se acercan a Jesús para pedirle sentarse en su gloria. Piensan en la gloria de un reino terreno: «Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda». Buscan la grandeza, pero desconocen en qué consiste la verdadera grandeza y cómo alcanzarla. Por eso las primeras palabras de Jesús son: «No sabéis lo que pedís». Jesús no les regaña para que no busquen la gloria, lo que les dice es que no saben dónde está la verdadera gloria, ni cómo alcanzarla. Dios no nos ha creado para una vida mediocre, ¡todo lo contrario! No nos dice: confórmate con cualquier cosa. La humildad cristiana no consiste en esta negación de la llamada, que Dios hace resonar en el corazón, a la Vida verdadera, a la Gloria, a la Belleza, a la Luz. Sencillamente nos dice que estamos confundidos, que buscamos una gloria falsa, por un camino errado: «No sabéis lo que pedís».
Entonces, ¿dónde buscar la verdadera gloria, la verdadera vida? Cristo enseña el camino: «…¿podéis beber el cáliz que yo he de beber, o bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?». Habla del cáliz de la Pasión. Recordad las palabras de la oración de Jesús en Getsemaní: «¡Abbá, Padre! Tú lo puedes todo, aparta de mí este cáliz; pero que no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres Tú». Y el bautismo de que les habla es su entrada en la muerte, su ser sumergido en la muerte (bapti÷zein = sumergir). Con esta pregunta Cristo se dirige a todos para mostrarnos el camino de la verdadera gloria y para suscitar una respuesta: «…¿podéis beber el cáliz que yo he de beber, o bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?», ¿podéis participar conmigo en mi sacrificio? Atended bien a esto: Jesús no dice que haya que imitar su pasión y su muerte, como si después de él tuviésemos que afrontarla solos, no. Habla de beber su cáliz, de ser bautizados con su bautismo; es decir, de seguirle y acompañarle en su Pasión y en su muerte.
Con esto Jesús nos ha enseñado el camino de donde brota la vida verdadera, de la verdadera gloria y de la verdadera belleza: de la cruz, de su sacrificio, de su amor único. Y nos invita a avanzar por esta lógica, inscrita ya en la naturaleza de la creación, y llegar con él más allá, más lejos, hasta la comunión con su sacrificio total, a la comunión con sus padecimientos y con su muerte.
Los otros diez apóstoles pensaban también en la misma gloria humana que Santiago y Juan, se indignan con ellos. Creen que les van a quitar el puesto o algo similar. Ellos también aspiran a algo grande. Jesús vuelve a enseñarles con la misma lógica. No les dice que no deben aspirar a algo grande, sino que les enseña la lógica de la verdadera grandeza: «Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos».
Isaías cantaba una visión del futuro. Nosotros nos reunimos frente al lugar del sacrificio, frente al altar, donde se actualiza el sacrificio de Cristo, no en visión, sino en realidad, para participar de él. Su sacrificio se actualiza por nosotros en el altar y ante este altar, donde él nos ama hasta la muerte, vuelven a resonar sus palabras: «…¿podéis beber el cáliz que yo he de beber, o bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?». ¿Seguirá habiendo cristianos que quieran ir con él hasta el final, más allá de lo que la creación nos enseña? ¿Querrán llegar hasta el sacrificio total en la relación con el esposo, o con la esposa, para mostrar al mundo el valor y la belleza de un amor incondicional dado de una vez para siempre? ¿Querrán entregarse en el matrimonio o en la virginidad de una vez para siempre? Porque de esta entrega definitiva nace la vida: la vida aquí en la tierra, y la gloria eterna del cielo.
Alabado sea Jesucristo.
Siempre sea alabado.
P. Enrique Santayana C.O.
P. Enrique Santayana C.O.
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