En esta escena, donde se nos permite asomarnos al diálogo de amor trinitario, se manifiesta un amor desconocido para el hombre. Este amor no es una mirada benevolente con el que está por debajo y por el que sufre por sus propias culpas. Es un amor que decide compartir la vida y el destino de aquel que está muy por debajo de él y hacer suyas sus culpas. ¡Y superarlas! Y otorgar a este hombre, pobre y miserable, no cualquier cosa, sino el don de la intimidad divina: la compañía, la amistad, la familiaridad de Dios, ¡la participación de la vida en la Trinidad! ¡La vida del Hijo Eterno!
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Homilía del 10 de enero del 2016, Fiesta del Bautismo del Señor, en la Iglesia del Oratorio de san Felipe Neri, de Alcalá de Henares