Navidad 2023
«El Verbo se hizo carne»
Queridos hermanos:
Hablamos de Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo, una comunión de amor. San Juan, en su primera carta, sintetizará lo que Dios nos ha revelado de sí mismo diciendo: «Deus caritas est». «Dios es amor», una relación de amor en la que el Padre engendra desde toda la eternidad al Hijo, en la que el Hijo recibe su ser del Padre desde toda la eternidad. Y en ese entregar el Padre y recibir el Hijo, ambos espiran un vínculo de amor mutuo, el Espíritu Santo: el amor con el que el Padre engendra y unge a su Hijo desde toda la eternidad, el amor con el que el Hijo recibe y agradece al Padre su amor desde toda la eternidad. Así, si el Padre engendra y el Hijo es engendrado, el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo, como una espiración de ellos y como un derramarse el uno en el otro, una dulce unción de amor. Y repito: «desde toda la eternidad», porque en este engendrar el Padre, ser engendrado el Hijo y proceder el Espíritu Santo, no hay un antes y un después. Quiero decir: el Padre es eterno porque eternamente engendra al Hijo y no hay un solo instante en el que el Padre sea Padre sin su Hijo. No hay un solo instante en el que el Hijo no exista, y lo haga recibiéndolo todo del Padre. Y no hay un solo instante en el que ambos no espiren al Espíritu Santo, vinculo de amor.
Las tres personas son reales, no se confunden entre sí y subsisten realmente como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y, a la vez, son un solo ser y no se pueden separar ni dividir, porque no puede estar el Padre sin el Hijo, ni ellos dos sin el vínculo de amor que es el Espíritu. El mismo amor, que entre nosotros lleva hacia la unidad lo que es diverso, en ellos es la sustancia divina de la que participan los tres: uno engendrando, otro siendo engendrado, el tercero siendo espirado. Así, las tres personas, son un solo Dios, que participan de una sola sustancia divina. Tres personas, un solo Dios. Dios es Trinidad. Deus est Trinitas, según unas venerables palabras de uno de los antiguos concilios de Toledo.
Toda esta pequeña exposición de doctrina trinitaria, la resume mucho más san Juan diciendo: Deus caritas est. Dios es amor, Dios es una comunión de amor, Deus est Trinitas.
Hablamos de Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo, una comunión de amor. San Juan, en su primera carta, sintetizará lo que Dios nos ha revelado de sí mismo diciendo: «Deus caritas est». «Dios es amor», una relación de amor en la que el Padre engendra desde toda la eternidad al Hijo, en la que el Hijo recibe su ser del Padre desde toda la eternidad. Y en ese entregar el Padre y recibir el Hijo, ambos espiran un vínculo de amor mutuo, el Espíritu Santo: el amor con el que el Padre engendra y unge a su Hijo desde toda la eternidad, el amor con el que el Hijo recibe y agradece al Padre su amor desde toda la eternidad. Así, si el Padre engendra y el Hijo es engendrado, el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo, como una espiración de ellos y como un derramarse el uno en el otro, una dulce unción de amor. Y repito: «desde toda la eternidad», porque en este engendrar el Padre, ser engendrado el Hijo y proceder el Espíritu Santo, no hay un antes y un después. Quiero decir: el Padre es eterno porque eternamente engendra al Hijo y no hay un solo instante en el que el Padre sea Padre sin su Hijo. No hay un solo instante en el que el Hijo no exista, y lo haga recibiéndolo todo del Padre. Y no hay un solo instante en el que ambos no espiren al Espíritu Santo, vinculo de amor.
Las tres personas son reales, no se confunden entre sí y subsisten realmente como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y, a la vez, son un solo ser y no se pueden separar ni dividir, porque no puede estar el Padre sin el Hijo, ni ellos dos sin el vínculo de amor que es el Espíritu. El mismo amor, que entre nosotros lleva hacia la unidad lo que es diverso, en ellos es la sustancia divina de la que participan los tres: uno engendrando, otro siendo engendrado, el tercero siendo espirado. Así, las tres personas, son un solo Dios, que participan de una sola sustancia divina. Tres personas, un solo Dios. Dios es Trinidad. Deus est Trinitas, según unas venerables palabras de uno de los antiguos concilios de Toledo.
Toda esta pequeña exposición de doctrina trinitaria, la resume mucho más san Juan diciendo: Deus caritas est. Dios es amor, Dios es una comunión de amor, Deus est Trinitas.
El Evangelio habla de Uno de la Trinidad, del Hijo eterno. Habla de él y le llama Verbo. San Juan usa el término griego Logos. No os quiero marear con distinciones filológicas y voy derecho a lo que significa, al menos en parte, en el uso que le da el Apóstol. Logos, Verbo, en primer lugar, significa «verdad», «razón», «inteligencia», «orden». Al hablar del Hijo eterno así, san Juan está diciendo que Dios no es un ser caprichoso, ni caótico, ni se define por una omnipotencia ciega o caprichosa. Es verdad que Dios es omnipotente, todopoderoso, pero su omnipotencia nace de la verdad, de la razón, del orden, es decir, no es un tirano ni un déspota.
En segundo lugar, Logos, Verbo, significa también comunicación, relación, donación, palabra. El Verbo es todo comunicación, en primer lugar, porque lo recibe todo de Dios; pero también porque siendo palabra se convierte en mediador que comunica el ser de Dios, el amor de Dios, fuera de sí mismo.
En segundo lugar, Logos, Verbo, significa también comunicación, relación, donación, palabra. El Verbo es todo comunicación, en primer lugar, porque lo recibe todo de Dios; pero también porque siendo palabra se convierte en mediador que comunica el ser de Dios, el amor de Dios, fuera de sí mismo.
Si unimos los dos significados a los que he aludido, tenemos que el Hijo es el Verbo, el Logos, porque es una verdad, una razón, que se comunica, que se entrega y crea comunión, crea una vida común. Aquí podemos preguntarnos, ¿qué vida común es esa que crea el Hijo, el Logos, el Verbo?
Pues bien, podemos identificar dos momentos de esta vida. Primero, la creación: «Todo se hizo por él y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho». Dios es creador y todo lo ha creado por su Verbo. Con lo que llevamos dicho se entienden al menos dos cosas muy importantes sobre la creación. Si viene del Logos, del Verbo, la obra creada está regida por la ley de la verdad, del orden, de la razón y nosotros podemos descubrir esa verdad al contemplar y examinar la obra creadora. Si viene del Logos, del Verbo, significa también que está gobernada por el amor: la creación es el ámbito, el espacio del amor. Solo puede ser el espacio del amor, porque lo es de la verdad y de la libertad. Solo la verdad hace posible la libertad y solo la libertad hace posible el amor.
Pero seguimos hablando de esta obra creadora del Logos, del Verbo, porque en el centro de la creación ordenada por la verdad, en medio de esta creación que es el espacio para el amor, está el hombre: «En él, [en el Verbo], estaba la vida y la vida era la luz de los hombres». El Verbo es la luz de aquel único ser creado a su imagen, que puede recibir la verdad y el amor: el hombre. Sí, la creación inmensa y grandiosa, ordenada, llena de una belleza descomunal, está hecha para ser el escenario del diálogo amoroso entre Dios y el hombre por medio de su Verbo, por medio del Hijo eterno.
La libertad dada por Dios al hombre para el amor, implica el riesgo del rechazo, del desprecio, del pecado. San Juan hace alusión a él: «La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió». Sin embargo, el pecado no puede parar la obra del Verbo, la lógica de la verdad y del amor, que obra con una audacia inimaginable: «Se ha hecho carne», se ha hecho hombre» y así rompe la barrera con la que el pecado había separado al hombre de la luz del Verbo. El Verbo ha iniciado así una obra tan grande con su creación y con el hombre, que es una segunda creación.
Este es el segundo momento de la vida común que el Verbo crea. San Juan lo dice así: «Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros». Ahora, el Verbo puede comunicarse al hombre y con el hombre de una forma inmediata, de hombre a hombre. Es la obra de la redención y de la divinización del hombre. Los que conocemos la historia de Jesús sabemos lo que conlleva el hacerse hombre y nacer como hombre: una vida realmente humana, el dolor, la muerte, la cruz. El que nace morirá en la cruz. Tanto en el pesebre como en la cruz es el Verbo que se ha hecho carne. La encarnación y el nacimiento del Verbo es un romper la separación impuesta por el pecado con una donación extrema, la de la cruz, para llevar a su culminación la obra primera de la creación. Aquí sí que se rompe toda posible idea previa sobre Dios. Lo dije antes, su omnipotencia nace de la verdad y del amor. Y es el amor el que le lleva a «empequeñecerse», a hacerse hombre y entregarse al hombre. ¿Para qué? Para llamarnos al amor y para capacitarnos para el amor. Ni nuestros límites naturales, ni nuestro pecado, ni la debilidad que nos inocula el pecado, puede resistir a esta fuerza del amor del Verbo, que viene a nosotros para recrearnos, para terminar de hacernos partícipes de su vida, para comunicarnos su vida de Hijo, si como dice el Evangelio, creemosen él: «a los que creen en su nombre», entiéndase aquí: «a los que creen en él y se entregan a él», les dio poder de llegar a ser hijos de Dios, es decir, de unirse a él en su vida trinitaria. Para esta recreación el Verbo se hace hombre y solicita el amor libre del hombre y su confianza, la fe. A los que libremente responden al amor del Verbo con la fe, «les da poder para ser hijos de Dios». El verbo encarnado llama a nuestra razón, a nuestra voluntad, a nuestro corazón para que le demos fe.
Quiero precisar algo que, a veces, pensamos mal y que empequeñece la idea que tenemos del amor y de la encarnación del Hijo de Dios y de su nacimiento como hombre. A veces pensamos que esto de tomar carne es como tomar un vestido que no afecta al ser mismo del Verbo y que cuando quiera se puede quitar. Nada de eso. El Verbo se hizo hombre y eso significa que, de una vez para siempre, le pertenece como propia la sustancia humana, nuestra naturaleza. Significa que, de una vez para siempre, desde que tomó carne en el seno de María, es tan hombre como nosotros. Y si esto es así, de una vez para siempre, el camino de comunión con Dios está abierto para nosotros en él: él es el Camino. Su humanidad es un camino del amor por el que llega a nosotros hoy y siempre. Su humanidad es el camino por el que nosotros podemos llegar a él, hoy y siempre. Su humanidad es un camino que nos lleva al corazón de Dios, para no salir de allí jamás.
Por último: todo esto es una obra grande y es de Dios, no nuestra. Nuestras obras, incluso las grandes, son pequeñas comparadas con la obra de la redención y de la divinización del hombre, la obra del amor de Dios. No la empequeñezcamos con nuestra mente corta, con nuestra voluntad raquítica, con nuestro corazón acostumbrado a amores pequeños. Agrandemos el horizonte de nuestro corazón hasta Dios mismo, ya que él mismo ha venido a tomarnos de la mano. Agrandemos nuestro corazón, porque es Dios quien se nos ofrece, no una pobre criatura. A partir de ahora, nuestro destino es el destino de este niño. Donde él está allí estaremos. Lo que él es, es lo que nosotros seremos, si creemos en su nombre.
Alabado sea Jesucristo
Siempre sea alabado
Enrique Santayana C.O.
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