Y entonces veremos con claridad que el Juez Universal lleva las marcas de la Pasión, las marcas de los clavos y de la lanzada. Veremos con claridad que lleva sobre su corazón humano la marca indeleble de la cruz, porque antes de levantarse como Juez Universal ha cargado con nuestra miseria y con nuestra culpa. Antes de levantarse de la tierra para juzgar, ha sido crucificado por nuestros crímenes y delitos, por nuestras mentiras e infidelidades, por todos nuestros pecados.
Hoy contemplamos a Cristo perdonando; el próximo domingo, con la Pasión, contemplaremos a Cristo soportar la culpa y pagar con su vida el perdón que ahora otorga. Yo soy la miseria, Cristo es la Misericordia, carga con mi culpa, me da su perdón, y soportará el peso y el castigo de la culpa. Él morirá para que yo viva. Este es el precio de mi perdón.
Cuando en la escena del Evangelio Cristo deja de escribir en la tierra y se levanta, ya llevaba el peso. Todo lo demás desaparece y estoy solo ante él. Cuando pronuncia mi perdón asume el peso de la cruz por mí. Yo me voy perdonado y libre de castigo. Ahora queda él, solo ante la muerte, él solo con la culpa, él cargando solo con el peso del pecado.
¿Qué puedo hacer yo ahora? No puedo saber lo que querréis hacer vosotros. Solo os puedo indicar lo que quería hacer san Pablo: correr detrás de Cristo para compartir su cruz. San Pablo entendió que Jesús, hombre y Dios, Misericordia y Juez, que lo había perdonado por amor, que por amor había cargado con su culpa, era lo más digno de amor, y conmovido por un amor inmoderado, olvidándose de todo, quiso correr tras él.
«Todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor». Recordad que san Pablo es un hombre de la Escritura y en la Escritura «conocimiento» es amor.
«Por él lo perdí todo, y todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo y ser hallado en él, no con una justicia mía, la de la ley, sino con la que viene de la fe de Cristo». Ser hallado en él, es estar junto a él, compartiendo su vida y su suerte, estar con él, no por la justicia que viene de la ley, es decir, no por merecimiento propio, sino por la justicia del perdón que Cristo le ha dado y que él ha acogido con fe, «la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe».
«Todo para conocerlo a él, y la fuerza de su resurrección, y la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte, con la esperanza de llegar a la resurrección de entre los muertos». Y sigue san Pablo hablando de esta carrera suya detrás de Cristo: «No es que ya lo haya conseguido o que ya sea perfecto: yo lo persigo, a ver si lo alcanzo como yo he sido alcanzado por Cristo. Hermanos, yo no pienso haber conseguido el premio. Solo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, hacia el premio, al cual me llama Dios desde arriba en Cristo Jesús».
Eso es lo que podemos nosotros hacer tras ver cómo Cristo nos da el perdón y él toma la culpa y se encamina a la cruz: correr tras él, obedecer su voz, amar a quien nos ha amado.
Alabado sea Jesucristo
Siempre sea alabado
[1] «Relicti sunt duo: misera et misericordia». SAN AGUSTÍN, Comentario al evangelio de san Juan, 35,5.
V de Cuaresma, ciclo C
en el Oratorio de san Felipe Neri, de Alcalá de Henares