En la fiesta de Todos los Santos
1/ XI /2019
1/ XI /2019
«Una muchedumbre inmensa, que nadie puede contar»
Queridos todos, los que estáis aquí en el convento de las Bernardas, en Alcalá de Henares, donde celebramos los padres del Oratorio mientras nuestra iglesia permanece en obras; queridos todos los oyentes de RNE; queridos especialmente los enfermos y ancianos que no podéis acudir a una iglesia para celebrar la Misa de este día grande, el día de «Todos los Santos».
¿Qué significa esta fiesta? ¿Qué celebramos realmente? En pocas palabras: hoy la Iglesia celebra los méritos y la gloria de sus mejores hijos, de sus mejores miembros. Son nuestros, hermanos nuestros, miembros del Cuerpo de Cristo que, desde la resurrección, se extiende por el mundo y por los siglos.
¿Quiénes son esos hijos de la Iglesia y hermanos nuestros? La primera es Santa María Virgen y luego todos los hombres y mujeres, obispos y padres de familia, religiosos y laicos, hombres cultos o sencillos, que han llegado en su humanidad y en esta vida a la plenitud de la medida de Cristo. Algo enorme: ¡La medida de Cristo! San Agustín, san Francisco de Asís, santa Teresa de Jesús, los santos niños Justo y Pastor, mártires, San Felipe Neri, San John Henry Newman… ¡Y tantos otros! Una multitud, pero santos de verdad, que llegaron a la medida de Cristo, que participando del sacrificio de Cristo fueron perfeccionados.
Si uno quiere ver la belleza y la grandeza de lo humano, no tiene más que mirar a los santos. En ellos resplandece la humanidad perfecta, que es la que Dios quiso para Adán y la que conquistó su Hijo Jesús. En los santos resplandece la humanidad de Cristo.
El Hijo de Dios tomó e hizo suya la humanidad de Santa María Virgen y luego la llevó a su perfección por un camino de obediencia y de amor. Obediencia a su Padre y amor al hombre hasta el sacrificio. Consumó su obediencia y su amor en la cruz. Resucitado, Jesús adentró su humanidad en la Trinidad para ser amada por el Padre y ser ungida por el Espíritu Santo. La humanidad resucitada de Cristo en el seno de la Trinidad nos indica la verdadera perfección del hombre, el destino para el que fuimos creados. Pues bien, los santos han participado del camino de Cristo, del sacrificio de la cruz, de la victoria de la resurrección. En su humanidad resplandece la humanidad de Cristo, el hombre perfecto. Las Bienaventuranzas describen a Cristo y a sus santos en el camino de su perfección y en su gloria.
El Hijo de Dios tomó e hizo suya la humanidad de Santa María Virgen y luego la llevó a su perfección por un camino de obediencia y de amor. Obediencia a su Padre y amor al hombre hasta el sacrificio. Consumó su obediencia y su amor en la cruz. Resucitado, Jesús adentró su humanidad en la Trinidad para ser amada por el Padre y ser ungida por el Espíritu Santo. La humanidad resucitada de Cristo en el seno de la Trinidad nos indica la verdadera perfección del hombre, el destino para el que fuimos creados. Pues bien, los santos han participado del camino de Cristo, del sacrificio de la cruz, de la victoria de la resurrección. En su humanidad resplandece la humanidad de Cristo, el hombre perfecto. Las Bienaventuranzas describen a Cristo y a sus santos en el camino de su perfección y en su gloria.
«Bienaventurados los pobres de espíritu». Los santos son los «pobres de espíritu»: unidos a Jesús, cuya única riqueza es hacer la voluntad de su Padre y es despojado de todo en la cruz. Con su pobreza reciben el Reino de los Cielos, la Jerusalén celeste. Los santos son los «misericordiosos». Conforme a la oración del Señor, «perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden», han aprendido a vivir de la misericordia de Dios y a ser también ellos misericordiosos. Así han alcanzado la última misericordia de Dios: les ha acogido definitivamente en su amor, como hijos verdaderos. Los santos son los limpios de corazón: han purificado su corazón con la gracia del bautismo, del perdón y de la Eucaristía; con el ejercicio de la caridad; y con el deseo de ver a Dios, hasta adquirir los ojos de Jesús, que se levantó de la muerte para contemplar a Dios.
A la multitud de los santos, que participaron del sacrificio de Cristo y participan ya de su gloria, nos volvemos hoy: «una muchedumbre inmensa, que nadie puede contar». Eran hombres normales, pero unidos a Cristo han roto la separación entre el cielo y la tierra. Eran hombres normales, pero ahora viven la vida de Dios y lo adoran. Mientras, los ángeles se postran ante tan inesperado milagro: hombres que viven con Dios.
Celebramos a la multitud de los santos en una sola fiesta, primero, porque necesitamos alegrarnos con una alegría verdadera. En medio de este mundo necesitamos contemplar la belleza, la gloria y la alegría que esperamos. Necesitamos de esta alegría más que del alimento o del vestido. Nos alegramos con ellos porque son nuestros y porque esperamos llegar donde ellos han llegado.
Celebramos a la multitud de los santos en una sola fiesta, en segundo lugar, para pedir su intercesión. Nosotros estamos aún en camino; más aún, en medio de una guerra contra el mal. Ellos ya han llegado, pueden interceder por nosotros y pueden hacernos partícipes de los dones y las virtudes con las que lucharon y vencieron. No vivimos lejos de ellos, porque los santos que ya han vencido, los cristianos que se purifican en el purgatorio y nosotros que aún peregrinamos, formamos un solo Cuerpo con Cristo. Por tanto, los santos pueden interceder por nosotros y pueden alcanzarnos los dones que ahora necesitamos.
Celebramos a la multitud de los santos en una sola fiesta, en tercer lugar, para cobrar ánimos y, viendo que hombres de toda edad, de toda clase y condición, han alcanzado una gloria tan alta, también nosotros nos empeñemos en esta carrera por amar a quien nos ha amado, Cristo, y compartir con él padecimientos y gloria. No nos basta alegrarnos y pedir sus dones, hemos de imitarlos.
Celebramos a la multitud de los santos en una sola fiesta, primero, porque necesitamos alegrarnos con una alegría verdadera. En medio de este mundo necesitamos contemplar la belleza, la gloria y la alegría que esperamos. Necesitamos de esta alegría más que del alimento o del vestido. Nos alegramos con ellos porque son nuestros y porque esperamos llegar donde ellos han llegado.
Celebramos a la multitud de los santos en una sola fiesta, en segundo lugar, para pedir su intercesión. Nosotros estamos aún en camino; más aún, en medio de una guerra contra el mal. Ellos ya han llegado, pueden interceder por nosotros y pueden hacernos partícipes de los dones y las virtudes con las que lucharon y vencieron. No vivimos lejos de ellos, porque los santos que ya han vencido, los cristianos que se purifican en el purgatorio y nosotros que aún peregrinamos, formamos un solo Cuerpo con Cristo. Por tanto, los santos pueden interceder por nosotros y pueden alcanzarnos los dones que ahora necesitamos.
Celebramos a la multitud de los santos en una sola fiesta, en tercer lugar, para cobrar ánimos y, viendo que hombres de toda edad, de toda clase y condición, han alcanzado una gloria tan alta, también nosotros nos empeñemos en esta carrera por amar a quien nos ha amado, Cristo, y compartir con él padecimientos y gloria. No nos basta alegrarnos y pedir sus dones, hemos de imitarlos.
Alegrémonos con los santos, pidamos los auxilios que necesitamos de ellos y luchemos como ellos, unidos a Cristo, nuestro Señor, nuestro Maestro, nuestro Salvador, nuestra Vida, la alegría de nuestro corazón ahora y para siempre.
Alabado sea Jesucristo
Siempre sea alabado
P. Enrique Santayana C.O.
Archivos:
Homilía en al solmenidad de Todos los Santos, viernes 1 de noviembre de 2019
Oratorio de san Felipe Neri.
Misa celebrada en el convento de las Bernardas y retransmitida por RNE
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