Oratorio San Felipe Neri de Alcalá de Henares

29/ V /2022

«Y mientras los bendecía, se separó de ellos,
y fue llevado hacia el cielo»

Los Apóstoles dieron testimonio de que Jesús, después de resucitar de entre los muertos, estuvo durante cuarenta días mostrándose a ellos, comiendo con ellos, enseñándoles algunas cosas y dándoles algunas instrucciones que antes de la resurrección no hubieran podido comprender, y, sobre todo, dándoles muestras de que realmente había vencido a la muerte, no por un tiempo, sino para siempre. No para prolongar sin fin esta vida de la tierra, sino para alcanzar la vida verdadera, la vida de Dios. 

La fiesta de la Ascensión del Señor subraya esta realidad de la victoria de Cristo y de lo que esperamos para nosotros mismos: la vida de Dios. Una vida distinta a esta que vivimos. Repito la afirmación fundamental del evangelio de hoy: «Y mientras los bendecía, se separó de ellos, y fue llevado hacia el cielo». Ascender al cielo no significa solo subir, o subir mucho, sino adentrarse en una vida distinta, la vida de Dios. 
Alguno pensará: «bueno, después de la Ascensión, el Hijo de Dios está junto al Padre como estaba antes de venir del cielo». Pero no es así. Es verdad que el mismo que vuelve ahora al Padre es el que vino de Él, pero no vuelve de la misma forma. Hay algo muy distinto, que nos afecta a nosotros. El Hijo se hizo hombre de verdad y, al ascender a los cielos, sube como el hombre verdadero que es. Ahora en la Trinidad hay un hombre verdadero, que ha nacido de mujer como nosotros, que ha sido tentado como nosotros y ha vencido toda tentación, que ha muerto, como nosotros moriremos. Con esto queda claro más o menos en qué consiste el acontecimiento de la Ascensión del Señor. De este hecho se siguen algunas cosas. Vemos tres de ellas.
La primera. Aquel que nos amó hasta entregar su vida por nosotros vive con la humanidad en la que nos amó. Y toda su vida humana, todas sus palabras, todo lo que hizo, su sacrificio voluntario en la cruz, vive en aquella vida de Dios en la que no hay sucesión de tiempo, en la que las cosas no quedan atrás, en la que todo es presente. Si nosotros podemos celebrar la Eucaristía y si en ella se actualiza el sacrificio de Cristo en la cruz es porque el acto de entregarse en la cruz por nosotros, es presente y vivo en Dios. Cada palabra salida de su boca, cada gesto suyo, como cada rasgo de su humanidad, vive en la vida de Dios. Podemos decir con toda la fuerza del mundo que en la cruz, al entregarse por nosotros, él nos amó. Y podemos decir, con la misma fuerza, que ahora y en cada instante ese acto de amor está vivo en la eternidad de Dios, que Jesús sigue amándome en este instante, con ese acto único de su entrega humana. La primera consecuencia de que la humanidad de Cristo haya entrado en la vida de Dios es que todo lo que hizo por nosotros es presente ahora. Somos amados humanamente por el Hijo de Dios ahora, con sus obras humanas.
 
La segunda. De la Ascensión de Jesús a los cielos se sigue también el contenido de la esperanza cristiana. Nosotros no esperamos solo alcanzar una vida después de la muerte. Los griegos ya sabían que el alma humana es inmortal. Pero nosotros no esperamos una vida cualquiera después de la muerte. Decía Newman que cualquier perspectiva de una vida inmortal que no significase la vida con Jesucristo, no sería sino una condena. Nosotros viviremos con Cristo. Unidos a Jesús en esta tierra por la fe y los sacramentos, le alcanzamos a él y la vida que él tiene, y nada de nuestra vida se perderá: ningún trabajo, ningún esfuerzo, ningún amor verdadero se perderá y viviremos la vida de Dios. ¡Hombres que viven la vida de Dios! Nuestro paraíso es Dios mismo y su vida, esto es, su amor trinitario, sin destruir nuestra humanidad, sin dejar atrás nuestro verdadero yo purificado, ni nuestras obras buenas, ni nuestro amor, cuando sea verdadero. En la vida de Dios que compartiremos con Cristo, se salvará todo lo bueno de nuestra vida humana, como se salva toda la vida humana de Cristo. De hecho, nosotros nos salvamos porque somos lo que Cristo ha amado en esta tierra y nada de lo suyo se pierde.
El contenido de esta esperanza es realmente maravilloso. Está tan lejos de lo que podríamos esperar si Dios hubiese dejado nuestro futuro en nuestras solas manos, si él no nos hubiese tomado en las suyas, que se necesita de su sabiduría para poder penetrar en lo que realmente ha preparado para nosotros. Por eso hemos oído de san Pablo: «Que Dios os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder en favor de nosotros, los creyentes, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo».
 
Vamos a la tercera consecuencia de la Ascensión del Señor. Saber cuál es nuestro verdadero destino, grande y glorioso, significa también poner rumbo a él. El Evangelio según san Lucas no solo dice que Jesús «subió», sino que «se separó». Hay una verdadera distinción y separación entre la vida en esta tierra y la vida en Dios, en el seno de la Trinidad. Nosotros podemos y debemos aprender la vida de Dios para alcanzarla. La vida de la Trinidad no es otra que la del amor que nos ha traído Cristo. Con ese amor suyo nos ha vinculado a él y ha dado origen en nuestra alma a la fe, a la esperanza y a la caridad, virtudes con las que también nosotros nos vinculamos a él. Estas virtudes nos dirigen hacia él y elevan nuestro ser hasta superar la distancia que ahora nos separa. Y al final, la entrega amorosa de nuestra vida a él, definitiva en la hora de la muerte, supondrá el paso de esta vida a la suya, la superación de toda distancia. Pero para esa entrega es necesario entrenar nuestra inteligencia y nuestra voluntad en la escucha de su palabra y en la imitación y seguimiento de su vida, en las cosas pequeñas y en las grandes, un día y otro: amando lo que él amó, rechazando lo que él rechazó, esperando lo que él esperó. Empecemos ya, Cristo nos espera.

Alabado sea Jesucristo.
Siempre sea Alabado.

P. Enrique Santayana C.O.
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Homilía en la fiesta de la Ascensión del Señor
29 de mayo, 2022
Iglesia del Oratorio de san Felipe Neri
Autor-1568;P. Enrique Santayana
Fecha-1568Miércoles, 08 Junio 2022 10:15
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