Oratorio San Felipe Neri de Alcalá de Henares
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29/1/2016

DE SIERVOS A HIJOS.  LA ÚLTIMA LECCIÓN.

«He cumplido ya ciento diez años, y me encuentro impedido; además, el Señor me ha dicho: "No pasarás ese Jordán"» (Dt 31,2

 Son palabras de Moisés.

 Es duro para el hombre no poder ver y tocar durante su vida el fruto de sus trabajos, de sus sacrificios y de sus ilusiones… tener que esperar.

Pero parece una norma ineludible para los siervos de Dios. Abraham murió viendo desde lejos el cumplimiento de la promesa, la única tierra que pudo adquirir fue la cueva de la Macpelá donde enterró a Sara. Tampoco se puede decir que Isaac, su querido hijo, fuese una multitud incontable como las estrellas del cielo o como la arena de las playas marinas.

Moisés, que tanto sufrió por arrastrar a su pueblo hasta Canaán, no pudo pisar aquella tierra.

El Hijo Unigénito que como hombre recibió la promesa, «te daré en herencia las naciones, como posesión los confines de la tierra», se vio desterrado por la muerte de esta tierra que debía heredar y hasta del suelo firmísimo del amor trinitario, que también se le ocultó. El Hijo de Dios hecho hombre sufrió un destierro que podemos siquiera imaginar.

Es cierto que Jesús, con esa misma humanidad con que se hizo capaz de sufrir, sería exaltado muy pronto como Señor y como Hijo, mostrando la verdadera medida para la que había sido creado Adán, nuestra verdadera medida. «Constituido Hijo de Dios en poder según el Espíritu de Santidad, por la resurrección de entre los muertos» (Rm 1,4). Señor del Cielo y de la Tierra, de todo lo visible y lo invisible. Señor e Hijo, sobre todo eso, HIJO. Hijo en cuanto hecho hombre. En cuanto hombre experimenta el destierro de la muerte, sin q la única persona del Verbo se separe ni de su carne muerta, ni de su alma arrojada de la tierra de los vivos («descendió a los infiernos»).

Pronto, al tercer día, el Verbo sería exaltado, no sólo en aquella naturaleza que le era propia desde toda la eternidad, sino también en aquella otra que había asumido en el seno de María y había llevado poco a poco a su perfección hasta llegar a la cruz.

Una larga digresión…

También el Hijo, en cuanto hombre, siervo de Dios, también él tuvo que experimentar este dolor tan humano que experimentamos, cuando nos enfrentamos con la muerte: no ver, no tocar directamente el fruto cumplido de nuestros trabajos, de nuestros sacrificios, de nuestras luchas, de nuestros anhelos. Parece que sea una ley impuesta a los siervos de Dios, quizá la última lección que nos permite aprender a ser “hijos”, que nos permite pasar de siervos a hijos.

 P. Enrique Santayana C.O.

El Cristo en el sepulcro es de Jean Jacques Henner