Hay un momento en la liturgia de la Pascua en el que Cristo resucitado empieza a dirigir nuestra atención al Espíritu Santo, como principio de su presencia real e íntima en nosotros. Es hoy: «el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho». En este momento es necesario empezar a invocar al Espíritu del Padre y del Hijo. Por mera atención y obediencia a su palabra es necesario hacerlo desde este momento. Aunque la mejor forma de suplicar y esperar este Espíritu Santo es amar la humanidad bendita de quien nos habla de él: «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él».
P. Enrique Santayana C. O. — 15/5/2017 —