Oratorio San Felipe Neri de Alcalá de Henares

Los otros textos evangélicos y de los Hechos no hacen sino mostrar que en la Iglesia naciente la persona de Jesús lo llena todo. A eso me refería cuando hablaba del contenido personalista de la fe: es la persona de Jesús, el contenido esencial de la fe, no una noción o una doctrina que aprendemos de ella, sino su misma persona. La fe no es solamente afirmar algo como verdadero, ni siquiera afirmar algo verdadero sobre alguien, sino afirmar a alguien, afirmar a otro, afirmar a Otro como la verdad. Y afirmarlo no como se afirma la verdad de una noción, sino con el propio ser, como la verdad del propio yo, por encima del propio yo, como su fundamento, como el contenido fundamental de la propia vida, como su principio y su fin. Josef Pieper dijo que el amor es afirmar la bondad de la existencia de otro: «Es bueno que tú existas». La fe cristiana es, en realidad, una explosión de amor, no solo se afirma la bondad de la existencia de Cristo, sino el valor absoluto de su existencia como verdad y como bien. Valor absoluto significa que no podría decir “yo”, ni “mundo”, ni “amigos”, ni “padres”, ni “amante”, ni “cielo”, ni “Dios”… sin decir: “Jesús”, porque todo carecería de belleza, de consistencia y de sentido. Con la resurrección, Jesús lo llena todo.

El contenido “personalista” de la fe, que el contenido de la fe sea una persona viva, la persona de Jesús, implica o requiere también la forma de afirmar, la forma o el carácter de la fe, como un vínculo por el cual mi persona afirma al otro, el “vínculo personalista de la fe”. Si el contenido de la fe es la persona de Cristo, la fe misma no es una mera afirmación de la inteligencia, de la voluntad o de los labios, sino un tender con toda la persona hacia el objeto de la fe y del amor. La fe es un acto de afirmación de Cristo como la verdad y el bien absoluto, al que se clama, al que se tiende con los brazos abiertos y el cuerpo totalmente inclinado, el que se convierte en la luz de los ojos: «he visto al Señor».

El libro de los Hechos de los Apóstoles completa, al menos en parte, esta visión que podría entenderse equivocadamente como una relación exclusiva entre Jesús y el alma individual, una relación que dejase fuera toda realidad de este mundo y a todos los demás hombres. Todo lo contrario: Jesús, el Jesús verdadero que ha vivido en esta tierra, que ha muerto y ha resucitado, ha establecido unas relaciones que lo implican del todo: ha entrado y se ha hecho parte de la historia y de lo creado, ha tomado nuestra naturaleza. Desde el vientre materno, el Hijo de Dios hecho hombre, ha establecido vínculos permanentes que luego ha hecho madurar. El dogma cristiano dice que el Hijo de Dios se hizo hombre, no que se disfrazó de hombre. Se hizo hombre en un momento de la historia, pero ya nunca más dejará de serlo. Y si hombre, parte de este mundo creado y de su historia. Nadie puede ahora querer relacionarse con Cristo obviando el mundo, como una fuga del mundo creado y asumido en la Encarnación. Jesús para siempre ha hecho suyo al hombre, a los hombres y al mundo de los hombres.

Más aún, en el desarrollo de su vida humana, Jesús se ha identificado con hombres concretos y ha identificado a estos hombres concretos con él: María, Santiago, Juan, Simón… Y la relación con él implica la relación con estas otras personas: «se les unieron». La fe implica entrar en estos vínculos permanentes, creados por Cristo en el transcurso de su vida humana, y que la resurrección ha hecho permanentes. El carácter personalista de la fe implica, por tanto, su naturaleza eclesial y social. Así, de otra forma, podemos decir de nuevo que tras la resurrección Jesús lo llena todo y también que nada de la vida del hombre queda al margen de él.

 
P. Enrique Santayana C.O.
  
7 de abril de 2018
 Oratorio de San Felipe Neri de Alcalá de Henares

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