Oratorio San Felipe Neri de Alcalá de Henares

El siguiente paso es una búsqueda -incluso desesperada- de experiencias que ahoguen este sin sentido de la vida, da igual lo pasajeras, superficiales o falaces que sean: lo importante es anestesiar este dolor que me produce el abismo que experimento entre la infinitud que grita mi corazón y la miseria que sufro cada día...¡es el camino del vértigo, del vacío interior, de la despersonalización, de la degradación humana, es el camino del pecado!

Ayer leí el testimonio de Irene, una madre de cuatro hijos, embarazada del quinto y a la que le han diagnosticado un linfoma de Hodgkin (cáncer en el sistema linfático): la radioterapia y quimioterapia acabarían con vida del feto. ¿Por qué esta mujer es capaz de decir con alegría y convincentemente que «tener cáncer no es una injusticia, es una oportunidad» y, al mismo tiempo que le pide a Dios el milagro de su curación, se siente «una privilegiada del señor por haberme elegido para llevar adelante un embarazo y un cáncer en esta sociedad de muerte, donde la mujer es atacada por ser la fuente de la vida»? ¿Acaso el fundamento de la alegría no es que la vida vaya bien? ¿que no tenga desgracias? ¿no tener problemas y sí mucha salud, dinero y amor?

La fuente de la alegría para Marcos e Irene no está en no sufrir ni en todo lo anterior; para ellos, como para el resto de los cristianos, el hombre anhela la verdadera alegría -la permanente, la que da sentido a TODA la existencia- porque ha sido creado por Dios para vivir en la comunión con Él, y este amor de Dios se nos ha manifestado en Jesucristo, el Dios que se ha hecho hombre, ha eliminado el abismo que separaba nuestra condición limitada del amor divino para el que hemos sido creados y nos ha abierto las puertas del cielo que el pecado había cerrado. ¡Esta es la Buena Noticia del Adviento! ¡Esto es el Evangelio!

La verdadera alegría, la felicidad, está en creer en el amor que Dios nos ha manifestado; la fuente de la alegría está en la comunión con Dios, en vivir para Él. De Él nace la fuerza para vencer al mal que nos rodea y nos subyuga, porque su amor es más fuerte que las tribulaciones y desventuras que podamos sufrir cada día; su amor es luz que ilumina los momentos más oscuros y las pruebas más arduas de nuestra existencia, hasta el punto de poder decir en la cruz de cada día: «¡Gracias, Señor!»

Si miramos la necesidad que tenemos de transformar el desierto de nuestro corazón en vergel, y miramos a Cristo, que es el único que puede darnos vida y que ha venido para que la tengamos en abundancia, entenderemos que es mi salvador y que, en este mundo imperfecto, hay razón para vivir en la verdadera alegría.

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