Oratorio San Felipe Neri de Alcalá de Henares

«AD ORIENTEM»

CELEBRAR «AD ORIENTEM» EN LA IGLESIA DEL ORATORIO
DE SAN FELIPE NERI DE ALCALÁ DE HENARES

I. PUNTO DE PARTIDA:
Los sacerdotes de la Congregación de Alcalá consideramos como nuestro el Misal Romano reformado por mandato del Concilio Vaticano II y promulgado por Pablo VI, el Misal que la providencia de Dios y la solicitud de la Iglesia nos ha dado en concreto a nosotros. Todos los sacerdotes de esta Congregación hemos crecido en la fe y somos sacerdotes viviendo de la celebración de la Eucaristía tal como este ritual nos la ofrece. Estamos acostumbrados a él como a nuestra lengua materna, familiarizados con él como algo que nos acompaña desde la infancia, lo amamos como se ama la casa donde uno ha conocido el amor del padre, de la madre y de los hermanos. No echamos de menos ningún ritual antiguo para la celebración de la Misa, por más que no despreciemos nada de lo que la Iglesia universal ama como suyo, a lo ancho y largo del mundo, tanto en el pasado como en el presente. Por tanto, celebramos la Misa conforme al citado ritual.
Según las posibilidades que nos da el Misal de Pablo VI, en la iglesia del Oratorio de san Felipe Neri de Alcalá de Henares, celebraremos la Liturgia de la Palabra de cara al pueblo (versus populum) y la Liturgia eucarística de cara a Dios (versus Deum), no para dar la espalda al pueblo, sino para orientarnos a una con él hacia Dios. Esto es celebrar «ad Orientem».  Con esta elección no hacemos nada que el mismo Misal de Pablo VI no permita hacer, ni despreciamos, ni tenemos en menos, la celebración de toda la Misa de cara al pueblo. Nosotros mismos hemos celebrado así hasta ahora y lo haremos cuando sea necesario, con la misma devoción con que esperamos celebrar «versus Deum» en el altar que, después de las obras de restauración, acaba de consagrar el Obispo Complutense, el Excmo. y Rvdmo. Mons. Dr. D. Juan Antonio Reig Pla, el 24 de abril de 2022.

II. RAZONES DE NUESTRA ELECCIÓN:
Las tres primeras y más importantes razones para que hayamos decidido celebrar la segunda parte de la Misa «versus Deum» son de orden espiritual y pastoral. Creemos que celebrar en nuestro Oratorio «ad Orientem» puede ayudar mejor: primero, a vivir la liturgia eucarística como un diálogo trinitario entre el Hijo hecho hombre y el Padre, en el que los bautizados somos introducidos; segundo, a vivir el carácter trascendente de la liturgia, que no es mera asamblea humana —celebración, acción o palabra solo entre hombres—, sino una acción divina, que nos pone en camino hacia Dios; tercero, a vivir el carácter escatológico de la Misa y así a dar esperanza a la existencia terrena. La cuarta y última razón es de orden celebrativo y estético.
Tras haberlas enumerado, intentemos una sucinta explicación de estas razones:
En primer lugar, se trata de subrayar lo que ocurre siempre en la celebración de la Misa: que somos introducidos en un diálogo trinitario entre el Padre y el Hijo hecho hombre. Toda la asamblea de los fieles, unidos a Cristo por el Bautismo, ungidos por el Espíritu Santo para participar del sacrificio salvífico, es incorporada al diálogo amoroso por el cual el Hijo hecho hombre se entrega al Padre hasta la muerte y resucita como el primogénito de entre los muertos, para entonar la alabanza eterna de los hijos de Dios («Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo»). De esta forma, cuando después de la Liturgia de la Palabra, el sacerdote se gira para orientarse a una con toda la asamblea hacia Dios, se expresa mejor de forma visible aquel movimiento espiritual que siempre realiza la liturgia de la Misa. En este momento, el sacerdote, que actúa «en la persona de Cristo cabeza» («in persona Christi capitis»), se pone al frente de los fieles delante de Dios y de cara a Él. Celebrar «versus Deum» puede significar mejor este diálogo trinitario de la celebración y puede enseñarnos a todos, fieles y sacerdotes, a vivir como un sacrificio espiritual agradable a Dios por medio de Jesucristo (Cf. 1 Pe 2,5).
En segundo lugar, el diálogo trinitario que se realiza en la Liturgia eucarística es un diálogo y un movimiento espiritual trascendente. Con su muerte y resurrección, el Hijo se dirige hacia el seno mismo de la Trinidad llevando consigo la humanidad asumida en el seno de María. En su carne reconocemos nuestra carne. La Liturgia eucarística nos pone en esta dirección, siendo alimentados y guiados por Cristo Pastor: con el pan que baja del cielo, en la dirección de Dios, en el camino hacia la vida eterna. Por un lado, recibimos el pan que baja del cielo, el Cuerpo de Cristo; por otro, alimentados por este pan celeste, nos dirigimos al cielo. En este sentido, la acción de girarse el sacerdote para tomar la orientación de todo el pueblo y dirigirse así a Dios expresa que no estamos realizando un acto cerrado entre el sacerdote y el pueblo congregado, ni cerrado tampoco en los muros de la iglesia, sino un acto que recibe el don de Dios, el don fundamental, el pan sustancial, y con él nos adentramos en el misterio infinito y eterno de la Trinidad. Celebrar de cara a Dios, «versus Deum», puede enseñarnos a todos a acoger el don que nosotros no podemos darnos a nosotros mismos y solo podemos recibir con gratitud de las manos de Dios; y a orientar nuestra vida hacia lo que es verdaderamente real y permanente, al Único necesario, a caminar de las sombras y las imágenes a la Verdad, «ex umbris et imaginibus in Veritatem».
En tercer lugar, el movimiento trinitario de la liturgia y su carácter trascendente son el fundamento de la esperanza escatológica que expresa cada día la Eucaristía: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor, Jesús!». Celebrar «ad Orientem» la segunda parte de la Misa, es decir, mirar juntos, fieles y sacerdote, más allá de nosotros mismos, hacia «aquel cuyo nombre es Oriente» (Zac 6,12), es decir, hacia Cristo, puede fortalecer nuestra esperanza, puede ayudarnos a ordenar nuestra vida en la espera de que el Dios que nos ha hablado dándonos su Palabra, que nos ha dado a su Hijo en carne, el Dios al que hemos ofrecido el sacrificio de su Hijo, consume la obra de la Creación y de la Redención, nuestro propio ser y nuestra propia vida, en la Parusía de Cristo.
La última razón, menor que las anteriores, pero no por ello pequeña, es de orden estético y celebrativo: el espacio de la iglesia del Oratorio se adapta mucho mejor a la celebración «ad Orientem», tanto por la época en que fue construida —el siglo XVIII—, como por el espacio físico, realmente no grande, de la única nave y del presbiterio.

En todo caso, suplicamos a Dios que su Espíritu Santo nos dé un corazón sencillo y humilde para aprender en el seguimiento de Cristo a ser verdaderos hijos y a honrar en la liturgia y en la vida al que es principio y fin de todo. Dios sea bendito por siempre.

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