Oratorio San Felipe Neri de Alcalá de Henares
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Oratorio y Congregación de San Felipe Neri

 

AVISOS SEMANALES

Domingo de Ramos, 24 de marzo: El horario de misas es el habitual. Bendición de Ramos en las misas de 11;00 y 12:30. Terminada la misa de las 18:00, EXPOSICIÓN DEL SANTÍSIMO. Hasta las 20:00. A esa hora, oración de VÍSPERAS bendición solemne con el Santísimo

Jueves Santo, 28 de marzo: MISA DE LA CENA DEL SEÑOR, a las 18:00. HORA SANTA, a las 23:00

Viernes Santo, 29 de marzo: Día de ayuno y abstinencia. PASIÓN Y MUERTE DEL SEÑOR, a las 15:00; VIACRUCIS, a las 19:00

Sábado Santo, 30 de marzo: DOLORES DE LA VIRGEN, a las 11:00. VIGILIA PASCUAL, a las 22:00

Domingo de Resurrección, 31 de marzo: El horario de misas es el habitual. Terminada la misa de las 18:00, EXPOSICIÓN DEL SANTÍSIMO. Hasta las 20:00. A esa hora, oración de VÍSPERAS bendición solemne con el





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Dichos de San Felipe Neri

“Si queréis ir a donde voy, es decir, a la Gloria, debéis pasar por donde Yo paso, es decir, a través de las espinas.” (San Felipe Neri)

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Como resumen del itinerario que nos ha traído hasta aquí ofrecemos la carta enviada al Santo Padre poco antes de ser constituidos como Congregación

Cubas de la Sagra. 16 de abril de 2008.
Beatísimo Padre:

Julio González Pozo, Enrique Santayana Lozano, Alberto Velasco Esteban, Enrique Alonso Guerrero y Pedro Castañón López, sacerdotes de la diócesis de Getafe, le dirigimos la presente para expresadle nuestro profundo deseo de ser constituidos como Congregación del Oratorio de San Felipe Neri.

Llevamos una historia común ya bastante prolongada. Tres de nosotros, Julio, Alberto y Enrique Santayana, éramos compañeros de curso en el Seminario Diocesano de Madrid. Los tres teníamos sensibilidades humanas y espirituales no diremos que contrarias, pero sí bastante diferentes. Y el círculo de amistades, que cada uno de nosotros tenía, marcaba y subrayaba estas diferencias. Sin embargo nos unió, sobre todo a partir del cuarto curso de teología, una común aspiración a la santidad de vida en el ejercicio del sacerdocio y de la caridad fraterna en la vida común.

Así, nos planteamos el futuro ejercicio de nuestro sacerdocio en el marco de una fraternidad sacerdotal que iba bastante más allá de lo que es común habitualmente en un presbiterio diocesano. Por eso, en el momento de la división de la antigua diócesis de Madrid-Alcalá, buscamos quedar los tres incardinados en la diócesis de Getafe, pensando que pertenecer a un mismo presbiterio diocesano facilitaría nuestro objetivo. Julio era de dicha diócesis, Alberto era de la diócesis de Madrid y Enrique estaba más vinculado eclesialmente a la diócesis de Madrid, aunque sus orígenes familiares estaban en la de Getafe. Alberto fue el que tuvo más problemas para poder incardinarse en nuestra diócesis, lo que se consiguió a los dos años de ser ordenado en la diócesis de Madrid.

Los dos primeros años de ejercicio ministerial estuvieron marcados por la distancia que nos imponían nuestros destinos pastorales. Enrique fue párroco de Rozas de Puerto Real y formador del Seminario Menor, Julio vicario parroquial de Santos Justo y Pastor, en Parla, y Alberto vicario parroquial en Ntra. Sra. de los Desamparados, en Villaverde. Y a pesar de los kilómetros que nos separaban mantuvimos casa común y cuenta común y reservábamos nuestros pocos ratos libres para estar juntos y estimularnos en el objetivo común que permanecía invariable.

De la labor pastoral desarrollada por aquellos años primeros y, sobre todo, de la gracia de Dios, surgieron algunas vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Enrique Alonso figura entre aquellas que permanecen. Él llegó al sacerdocio y además quiso desde el principio unirse a los que le precedían, en su objetivo y vida común. Durante los años posteriores otro sacerdote, Pedro Castañón, se unió a nosotros en nuestra forma de vida. Su vocación no surgió entre nosotros, sino que venía de atrás. Tenía relación con uno de nosotros desde antes de entrar en el Seminario de Getafe y nos conoció a los demás por el tiempo de su ingreso en el Seminario. La relación con él creció durante el año en que recibió las Sagradas Ordenes y desembocó, dos años después, en su llegada a nuestra casa y a la vida común con los cuatro anteriores.

Desde el principio consideramos que la vida fraterna que queríamos llevar era la vida en una misma casa, compartiéndolo todo, permaneciendo juntos hasta al final de nuestros días, ayudándonos tanto en las cosas propias de nuestra condición humana, como en las propias de nuestra vocación cristiana y sacerdotal, con el fin último de alcanzar juntos el don de la vida bienaventurada.

Así pues, desde que tuvimos nuestros primeros sueldos como diáconos alquilamos en Parla un piso en el que poder vivir. Vivienda que mantuvimos a pesar de la distancia de los dos primeros años de ministerio sacerdotal, como lugar de referencia para nuestra pequeña comunidad.

Posteriormente, cuando Julio y Enrique Santayana fueron enviados a iniciar la parroquia de san Bernardo en Parla, dejamos el alquiler y nos fuimos a la casa sacerdotal de dicha parroquia. Allí vivimos desde entonces, primero Julio, Enrique Santayana y Alberto, más tarde, Enrique Alonso y Pedro. 

Viviendo ya en la parroquia de san Bernardo, en Parla, se sumó a nosotros un joven laico, Raúl Malagón. La estrechez de la casa para todos los que ya vivíamos juntos nos hizo cambiar el domicilio a la casa parroquial de Torrejón de Velasco, donde Alberto es párroco desde su llegada a nuestra Diócesis. Allí hemos vivido desde septiembre de 2004 hasta hace unos pocos días. En ese mismo Septiembre se incorporó a nuestra fraternidad Jonatan Mirón. Jonatan es un joven ha entrado este año en el Seminario de Getafe con el deseo de ser sacerdote.

Enrique Alonso, Raúl y Jonatan nos conocieron a los más antiguos cuando eran muy jóvenes. Enrique Alonso formaba parte de un grupo que se preparaba para el Sacramento de la Confirmación, Raúl llegó después, con 17 años. Había recibido la primera comunión años atrás, pero sin ninguna verdadera catequesis de iniciación. Jonatan llegó ya con 18 años y ni siquiera había hecho recibido la Eucaristía. Todos ellos se unían en un grupo muy amplio de jóvenes y de algunos adultos. Jóvenes que, desde niños se habían convertido en "habituales" en nuestra vida. Se reunían en la parroquia para la misa dominical, para la catequesis y para la celebración de la Palabra, que empezamos a hacer los sábados y que aún continuamos. También en convivencias, en campamentos y peregrinaciones. Pero no sólo en estas actividades, catequesis y celebraciones litúrgicas, sino que muchos de ellos nos buscaban permanentemente y, sin buscarlo ni pretenderlo, nos convertimos en algo más que catequistas y confesores.



Ese es el origen de lo que ahora podríamos llamar "el oratorio seglar". Muchos de aquellos muchachos se casaron y tienen hijos. Y se añadieron otros adultos y otros más jóvenes. También entre ellos ha crecido durante muchos años el amor cristiano y el deseo de una vida comunitaria más estrecha. Desde hace ya varios años, durante el verano, todos compartimos un mes de vida común: bebés, niños, jóvenes, adultos y ancianos. Alquilamos las instalaciones de una "monjitas" en el campo y, con un gran sacrificio por parte de los que deben seguir viajando todos los días para trabajar, pero con gran gozo de todos, compartimos un tiempo de descanso, de oración, de formación cristiana, de trabajo y de vida común.

Los que actualmente vivimos juntos, los cinto sacerdotes que firmamos esta carta, más Raúl y Jonatan, tenemos la voluntad firme de ayudarnos durante toda la vida en el crecimiento de las virtudes de la vida cristiana, especialmente en la caridad. Tenemos la esperanza de que la comunión con Cristo, la permanente llamada a estar con él y de trabajar con él por la expansión del Evangelio, haga cada vez más fuerte la comunión entre nosotros; y que, al mismo tiempo, nuestra común amistad y los vínculos del amor fraterno nos hagan cada vez más íntimos al amor de Cristo y de su Iglesia.

Aunque nunca quisimos fundar nada nuevo en la Iglesia, es verdad que desde siempre quisimos preservar y permanecer en este deseo y en su realización, y de hecho, nos preocupaba que pudiese llegar un momento en que, por la obediencia que debemos a nuestro obispo, viésemos, de hecho, rota nuestra vida común, durante tanto tiempo cultivada y tan querida para nosotros.

Quizá fue esto mismo lo que hizo que nuestro anterior obispo, ya fallecido, D. Francisco, tomase la iniciativa y nos invitase él mismo a pensar en redactar unos estatutos que a modo de experimento regulasen la vida de nuestra casa, y que esa vida quedase bajo la tutela maternal de la Iglesia.

Pero no sabíamos cómo dar forma a nuestro deseo. El obispo actual, Don Joaquín, nos invitó a dejarnos llevar por la vida, de forma que la misma vida, guiada por el Espíritu Santo, fuese "hablando". Y sin duda creemos que así ha sido. Porque sin esperarlo apareció ante nosotros la mediación de san Felipe Neri y de su Oratorio.



De forma providencial, dos de nosotros, uno por motivos espirituales, otro por motivos de estudio, nos acercamos a la figura del cardenal John Henry Newman. Su itinerario espiritual, junto al de los amigos que le acompañaron, desde su acción en la Iglesia Anglicana y en el movimiento tratactariano, el retiro con sus amigos a Littlemore, su conversión e ingreso en la Iglesia Católica, hasta llegar a abrazar la vocación oratoriana como la propia, nos mostró lo que deseábamos, pero que no buscábamos de una forma explícita.

Newman nos mostró la obra de san Felipe Neri, en la que de forma providencial y provechosa para la Iglesia encajaron él mismo y los amigos que le acompañaron en su itinerario espiritual. Y sin pretender compararnos con él, ni con sus virtudes humanas y cristianas, el famoso converso de la Iglesia anglicana nos mostró el lugar donde podríamos encajar nosotros.

A partir de ahí creció nuestro deseo de conocer la congregación del Oratorio de san Felipe Neri. Y nos acercamos a ella no sólo a través del cardenal británico, sino también a través del propio san Felipe Neri. Contactamos con los miembros responsables de la Confederación del Oratorio, tanto en España, como en Roma. Y cada paso que dábamos y cada acercamiento que hacíamos se convertían en una emocionada certeza de que habíamos encontrado nuestro propio lugar en la Única Iglesia Católica que tanto amamos y a la cual deseamos servir.



Todo esto nos llevó a pedir a nuestro obispo licencia para constituirnos en casa de formación del oratorio. Nuestro obispo nos dio tal licencia unos meses después y empezamos enseguida dicha formación bajo la guía del Procurador General de la Confederación. Así hemos ahondado en el conocimiento de las Constituciones de la Congregación del Oratorio. Hemos rezado y meditado largamente. Hemos pedido la intercesión de los santos y de Ntra. Señora, la Virgen María. Y hemos implorado el auxilio del Espíritu Santo.

Todo eso no ha sido obstáculo para que cada uno de nosotros siguiese con sus responsabilidades pastorales. En la actualidad, Julio es Director del Santuario Diocesano de Santa María de la Cruz y capellán de la comunidad de monjas clarisas que allí viven, en Cubas de la Sagra. Enrique Santayana es Delegado Episcopal para el Catecumenado y Director del Secretariado Diocesano para la Catequesis. Alberto Velasco es Párroco de San Esteban Protomartir, en Torrejón de Velasco, y capellán de una residencia de ancianos en Parla. Además Alberto es arcipreste de Valdemoro, donde está su parroquia. Pedro es párroco de San Bernardo, en Parla, y el arcipreste de dicho arciprestazgo. Es también el Consiliario Diocesano de la Adoración Nocturna. Enrique Alonso es vicario parroquial de San Bernardo, en Parla, y atiende también un par de residencias de ancianos.

Guiados por Dios, sin saber en muchos momentos qué paso sería el siguiente que tendríamos que dar, ha madurado entre nosotros la voluntad de ser constituidos en Congregación del Oratorio y progresar así en el camino hacia la vida eterna. Esa es nuestra voluntad firme y la súplica que dirigimos a su santidad, en esta carta que cuenta brevemente nuestra historia y que firmamos los sacerdotes

Julio González Pozo
Enrique Santayana Lozano
Alberto Velasco Esteban
Enrique Alonso Guerrero
Pedro Castañón López