Oratorio San Felipe Neri de Alcalá de Henares
He nombrado tres funciones, tres deberes, tres poderes, tres responsabilidades y encargos. Gobernar la Iglesia significa ponerse a la cabeza, en cada momento histórico, y conducir al Pueblo hasta Dios. En este sentido, los obispos y sacerdotes somos pastores, por voluntad divina. El de enseñanza es el deber de alimentar con la verdad al Pueblo de Dios: la verdad de lo que hay que creer, la verdad de cómo rezar, la verdad de cómo hemos de celebrar los sacramentos, la verdad de cómo hemos de vivir. En este sentido los obispos y sacerdotes somos maestros, por voluntad divina. Santificar es hacer llegar la gracia de Dios hasta los hombres a través de los sacramentos. ¡La vida de Dios! Su perdón, su amor, su santidad… esa vida solo nosotros y solo por medio de la liturgia podemos ofrecerla a quien la acoge con fe. No es nuestra esa vida. Nosotros la damos, pero viene de Dios y la necesitamos para nosotros como la necesita cualquier otro. Nadie más que un sacerdote tiene el poder de hacer la Eucaristía, de la que se alimenta él mismo y todo el Pueblo de Dios. En este sentido, los obispos y sacerdotes somos, por voluntad de Dios, los santificadores.
Así pues, nosotros, que ocupamos la cátedra de Moisés, tenemos que escuchar con toda seriedad lo que dice Jesús. Aunque todos los que tienen responsabilidad religiosa respecto a otros deben aplicarse también sus palabras. Por ejemplo, los padres respecto a los hijos.
 
¿Y cuál es la primera acusación de Jesús? «Dicen, pero no hacen». Atended bien a esto. No dice Jesús a los que le escuchan: «no hagáis caso de estos». Lo que dice es: «haced y cumplid todo lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos dicen, pero no hacen».
Uno podría decir: «Quizá no hagan lo que dicen, porque también ellos son hijos de Adán, pecadores, que sufren las pasiones y las tentaciones, que necesitan el perdón de Dios». Eso es cierto. Si Cristo trae el perdón a los pecadores, lo trae también para los que se sientan en la sede de Moisés. Las palabras de Cristo no denuncian a los sacerdotes por su debilidad; denuncian a los que dicen y no hacen, pero por otro motivo distinto del de la debilidad. Se desprende de sus palabras: «Todo lo que hacen es para que los vea la gente». El verdadero mal es querer ser honrados, ensalzados, mandar sin dar cuentas a nadie… ¡Querer sustituir a Dios! ¡Querer recibir el honor de Dios!
El que eso quiere termina traicionando la verdad de Dios por sus propios intereses, quizá predicando lo que está de moda, para caer bien y tener llenos los bancos de la iglesia, vendiendo la verdad por fama o por riqueza. Quizá ocultan la verdad para justificar sus propios pecados, su avaricia, su lujuria o su ansia de poder. De todos ellos dice el profeta: «Os habéis separado del camino recto y habéis hecho que muchos tropiecen en la ley, invalidando la alianza de Leví». La alianza de Leví es la Alianza de los sacerdotes, que, desde el tiempo de Moisés, tenían la obligación de enseñar la verdad. Hay también quién se constituye en paladín de la ortodoxia, pero no por fidelidad, sino para ser honrado por cristianos sinceros, que, sin darse cuenta, ensalzan a un vanidoso, que mostrará su falta de amor cuando tenga que sufrir por la verdad.
El que desea suplantar a Dios gobierna y toma decisiones no en función del beneficio de su pueblo, sino en beneficio propio, aunque para esconder el torcido ejercicio de su poder, se rodee de consejos y de consejeros, de grupos de llamados expertos… haciendo parecer que el gobierno de la Iglesia no viene de Dios, sino de los sabios de este mundo o del consenso y las mayorías. Disfrazan así sus decisiones egoístas o se quitan de encima la responsabilidad que Dios les ha dado directamente a ellos, y que no les es lícito delegar.
El que desea suplantar a Dios usa la liturgia para lucirse y, cuando no puede lucirse, la descuida, haciendo despreciable lo que es sagrado. Parece escrupuloso cuando muchos ojos lo observan, pero cuando está solo o tiene que atender a un grupo de fieles pobres, quizá poco instruidos, se muestra descuidado. Otros se creen dueños de los sacramentos, como si fueran ellos los que los hubieran fundado, como si fuera su sangre la que hubiese corrido por la cruz para dar la vida al Pueblo de Dios, y los usan y los ponen al servicio de la ideología del momento, que pasará, como pasaron las anteriores.
 
¿Cuál es el gran pecado que se repite? Querer ocupar el lugar de Dios. Que no ocurra eso entre nosotros. Reconozcamos que nosotros no somos nada, que los sacerdotes necesitamos, igual que todos los fieles, el perdón y la verdad que solo viene de Dios: «El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido». Reconozcamos que la verdad no la creamos nosotros, solo la enseñamos. Es la verdad revelada por Cristo y recibida de los Apóstoles. Reconozcamos que tenemos el gran poder de santificar, de acercar a los hombres a Dios, pero solo como instrumentos en manos de Dios.
 
Queridos hermanos, rogad que obispos y sacerdotes quieran ser lo que son: «con vosotros cristianos, para vosotros sacerdotes». Que con vosotros, nos volvamos a Dios para implorar su gracia, para escuchar su palabra, para alimentarnos del mismo altar, para obedecer al mismo y único Señor. Que para vosotros seamos fieles a la verdad recibida de Dios, a costa incluso de vuestro afecto, de la fama o de la vida. Que para vosotros no desertemos del encargo de guiaros hacia Dios, como pastores solícitos. Que para vosotros seamos fieles administradores de los sacramentos, celebrando la liturgia con piedad y con escrupuloso temor de Dios, para los muchos o para los pocos, para los pobres, los no instruidos o los débiles, tanto o más que para los ricos, los cultos o los fuertes. Sirvamos así a todos, como verdaderos siervos de Dios y de su Pueblo. «El primero entre vosotros, será vuestro servidor». Que con vosotros nos humillemos ante Dios y que a vosotros os sirvamos. Porque el primero que se ha humillado ante el Padre eterno y se ha hecho servidor de todos es Cristo. Y nosotros, sacerdotes, hemos sido unidos a él, en el sacramento del Orden, por un sello imborrable y eterno.

 

Alabado sea Jesucristo
Siempre sea alabado

Enrique Santayana C.O.
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Homilía del 5 de noviembre de 2023
XXXI domingo del tiempo ordinario.
En la iglesia del Oratorio de San Felipe Neri, de ALCALÁ DE HENARES
Autor-1608;Padre Enrique
Fecha-1608Jueves, 09 Noviembre 2023 09:06
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