Oratorio San Felipe Neri de Alcalá de Henares

XXI Domingo T.O. B
25-VIII-2024

«Solo tú tienes palabras de Vida Eterna» (Jn 6,68)

Después de la multiplicación de los cinco panes y los dos peces, la multitud de los discípulos —no los que desde el principio rechazan a Jesús, sino una multitud que le sigue y le busca— ha querido hacerlo rey, y él lo ha rechazado[1]. En resumen, una muchedumbre de discípulos busca un Dios que Jesús rechaza. Esa multitud busca un Dios según la carne, esto es, según una interpretación de la vida y de la existencia del hombre que nos dice que lo importante es lo que vemos y tocamos, nuestro alimento, el bienestar de nuestro cuerpo, la satisfacción de nuestras necesidades básicas, las de cada uno, de la familia, de la ciudad, la nación… Jesús lo rechaza. Él está afirmando que lo decisivo es el espíritu, que no podemos ver, ni tocar, ni medir: el alma y Dios, y la relación entre el alma y Dios. Dios es espíritu y en nuestro espíritu tenemos la capacidad de entrar en relación con Dios. Esto es lo decisivo para cada hombre, para la familia y también para la comunidad política, para la ciudad y la nación. «El Espíritu es quien da vida. La carne no sirve de nada». Sin esto, no hay nada.
En el evangelio de hoy vemos el choque de dos mentalidades contrapuestas: la de la carne y la del espíritu. En el largo discurso del pan de vida, que hemos escuchado a lo largo de varios domingos, Jesús ha mostrado cuál es la lógica del espíritu con la que Dios ha proyectado acercarse al hombre para darle su amor y unirlo a sí mismo, para que el hombre sea capaz de superar la lejanía de Dios que le impone el pecado e ir mucho más allá de lo que nunca hubiera podido imaginar: alcanzar la vida de Dios, lo que el evangelista san Juan llama: LA VIDA ETERNA. ¿En qué consiste ese plan? En que el Hijo hecho hombre se ofrezca a sí mismo, como alimento del alma. ¿Cómo? Con el sacrificio de la cruz, que por la resurrección se hace eterno en la Eucaristía. El cuerpo y la sangre, la vida entera de Cristo, él mismo, que llega a mi alma y me une a él y, por él, al Padre eterno. Eso es lo que hace Jesús al ofrecerse como Pan de Vida, al tiempo que para participar en él nos obliga a participar de su lógica espiritual, de la lógica de su amor, es decir, de su entrega. Por eso siempre es necesaria la conversión para participar de su Cuerpo.
El Evangelio muestra el choque entre el espíritu y la carne. Por un lado, una multitud de discípulos que busca un Dios según la carne; por otro lado, el verdadero Dios hecho hombre, que ofrece al Dios verdadero, al Dios que es espíritu, y lo ofrece al hombre verdadero, que es también un ser espiritual, aunque no lo sepa o lo olvide: 
Muchos de los discípulos de Jesús dijeron: «[…] ¿quién puede hacerle caso?» Sabiendo Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: «¿Esto [que os he dicho] os escandaliza [os separa de mí]?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir adonde estaba antes [si ahora pudierais contemplar cómo llevaré a cabo mi obra, muriendo en una cruz para abrir las puertas de la vida de Dios al hombre]? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida».
Para seguir a Cristo será necesaria la conversión de la mente (metanoia), pasar de la carne al Espíritu, de un conocimiento meramente carnal, al conocimiento según el Espíritu, que nos introduce en la verdad de Cristo y en nuestra propia verdad. Eso solamente se aprende de Cristo, siguiéndolo pacientemente y suplicándole: «enséñame, porque mi inteligencia es solo “según la carne”; dame la inteligencia “según el Espíritu”». Aceptar que lo realmente decisivo es lo que no se ve, ni se toca, ni puedo medir. Entender que «en lo íntimo de la existencia humana hay un punto [nuestro espíritu, nuestra alma] que no puede ser sustentado ni sostenido por lo visible y comprensible, sino que linda con lo que no se ve»[2], con Dios, lo único decisivo para nuestra existencia. La fe es la decisión de entregarse a Dios, que linda con nuestra alma, que toca nuestra alma, como lo único necesario. Es necesario decidirse.
Jesús forzó libre y conscientemente una decisión de fe entre los suyos. Fue una criba. «Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él». No lo abandonaron porque lo quisieran mal o porque fueran malas personas, sino sencillamente porque eran carnales, y conocían a Jesús «según la carne» (Como Pablo antes de convertirse: Cf. 2 Cor 5,16). Con esta criba Jesús alejó de sí no a los débiles, sino a los que rechazaron la verdad que él les revelaba. Y eran muchos. De ellos solo quedó Judas. Y en ese momento, Jesús dice unas palabras a los que quedan, solo unos pocos, que alcanzan a los cristianos de todas las épocas, también a nosotros: «¿También vosotros queréis marcharos?»
¿Cuál será nuestra decisión?
Tenemos la opción de unirnos a la fe de Pedro y del resto que a lo largo de los siglos han permanecido junto a Cristo. Esto es acceder a la comprensión de Cristo según la verdad que él ha revelado, «según el Espíritu». Tenemos la opción de decir: Señor, no sé muchas cosas, no sé cómo podré seguirte, no sé cómo es posible que tú te nos des en la cruz y en la Eucaristía, no sé cómo es posible de esto dependa mi alma, no sé cómo es esto necesario para mí, para mi familia y para mi patria, pero me uno a la fe de Pedro: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios».  
Alabado sea Jesucristo
Siempre sea alabado
 
Enrique Santayana C.O.

[1] El domingo pasado expliqué brevemente lo que esto significaba en la mentalidad y expectativas judías de la época. Cf.: https://oratoriosanfelipeneri.org/congregacion/homilias/129-tiempo-ordinadio/to-ciclo-b/domingo-xx/1947-enrique-santayana

[2] JOSEPH RATZINGER, Introducción al cristianismo (Sígueme, Salamanca 2007)

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Homilía del 25 de agosto de 2024 en la iglesia del Oratorio de San Felipe Neri, de Alcalá de Henares
Domingo XXI del Tiempo Ordinario, ciclo B
Autor-1635;Enrique Santayana
Fecha-1635Domingo, 25 Agosto 2024 15:24
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