Oratorio San Felipe Neri de Alcalá de Henares

Jesucristo, Rey del Universo. Ciclo B
24-XI-2024

«Para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad»
(Jn 18,37)

Queridos hermanos, cada gesto de Cristo, lo que hace o lo que no hace, sus palabras y sus silencios, cada aspecto de su humanidad, nos abre la puerta a la inmensidad de Dios. Nos muestra quién y cómo es Dios. Cada «centímetro» de su humanidad es como una puerta por la que nos muestra a Dios, derrama sobre nosotros el amor salvífico de Dios y nos introduce en Él. La Tradición ha llamado «misterio» a cada momento y a cada aspecto de su humanidad: «los misterios de Jesús», o «los misterios de la vida de Cristo», porque nos introducen en la riqueza insondable de Dios, un océano de amor, de belleza, de bondad, de vida… Y «nos es dulce naufragar en este mar», porque no nos perdemos, sino que nos encontramos en Él y ante Él, el Dios que nos ama.
Desde que empieza el Adviento hasta la fiesta de hoy, Jesucristo, Rey del Universo, que cierra el ciclo anual de la liturgia, recorremos los misterios de Cristo para sumergirnos más y más en este océano: el Dios Uno y Trino, el Dios que es amor.
 
Hoy contemplamos a Jesús atado e interrogado poco antes de morir en la cruz, inerme frente a un poder que quiere destruirlo, y Pilato, con toda la fuerza y el poder de Roma. La liturgia llama nuestra atención sobre esta escena y nos dice: Jesús es el Rey universal y eterno. Y es que Jesús tiene la osadía de proclamarse rey, aunque las apariencias parecen decir todo lo contrario. El poderoso gobernador le interroga con cinismo: «¿Tú eres rey?». Y Jesús le responde con toda solemnidad: «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz».
Para entender las palabras de Jesús tenemos que retrotraernos al Antiguo Testamento. Allí el rey de Israel es quien se pone a la cabeza de su pueblo para conducirlo por los senderos de la historia. Es un pastor al frente de su rebaño. Generación tras generación, los reyes que se sucedieron no cumplieron con estas expectativas. Solo el rey David se levanta en la memoria de la Biblia como uno conforme al corazón de Dios. Y cuando esos reyes condujeron al pueblo al caos más absoluto, cosa que acaeció con la deportación a Babilonia, Dios suscitó la esperanza de un Rey Mesías, hijo de David, distinto de todos los anteriores, que conducirá a Israel no solo hacia su tierra, sino hacia Dios, a la convivencia con Dios, una nueva tierra, un nuevo Edén. Jesús, que en ocasiones favorables había rechazado ser proclamado rey, ahora, cuando se enfrenta a la muerte y parece indefenso, reclama para sí el título de rey: «Soy Rey»; porque es encarando la muerte, cuando se comprende su realeza: al frente del pueblo de Dios para llevarlo por los caminos de la historia, por los valles muchas veces oscuros, por la vida, muchas veces llena de sufrimientos, para llevarnos hasta Dios. Cristo es Rey por nosotros y para nosotros, para conducirnos y llevarnos hasta Dios.
Para llevar a cabo esta misión Jesús se hace partícipe de la oscuridad que se abate en nuestro camino cuando estamos en manos del poder arbitrario e injusto de este mundo. Así está él ante Pilato, un poder injusto, porque no le importa la verdad. Hoy nuestra vida discurre bajo un poder mundano que declara que la verdad no le importa, o que no existe, e impone sus reglas con crueldad. El comunismo es el ejercicio de un poder al que le da lo mismo la verdad, una idolatría del poder, que usa la crueldad para imponer sus proyectos. El Islam es la exaltación del poder como dios, un falso dios, un poder sin referencia a la verdad, que por eso tiene como arma la guerra. Nuestras democracias occidentales han renunciado también a la búsqueda de la verdad e imponen sus leyes arbitrarias asfixiando la vida del hombre. En definitiva: el mundo se levanta ante nosotros con un poder que se cree omnímodo y que oprime al hombre. No son teorías: allí donde triunfa el comunismo, allí donde triunfa el Islam, o aquí, donde hemos olvidado la verdad decisiva del hombre y hemos ordenado nuestra vida de espaldas a ella, nuestras familias de espaldas a ella, nuestras relaciones económicas y de trabajo de espaldas a ella, nuestras políticas de espaldas a ella… donde triunfan los mentirosos, los corruptos, los avaros, los soberbios, los soeces… cada vez es mayor la falta de libertad para sacar adelante una familia, para engendrar y educar a los hijos, para ocuparse de los ancianos o de los enfermos. La falta de verdad ha degradado las relaciones naturales que sostienen la vida de cada hombre, el amor de la familia y la armonía de la nación. La división, el resentimiento, la ira, el miedo… nos hacen solitarios, débiles ante el ataque del pecado en nuestras propias carnes. Así, cada vez es más difícil no dejarnos llevar por la idolatría del poder, de las riquezas y del placer. Esta lucha no es nueva, viene desde el principio y durará hasta el fin de los tiempos. Cristo lo anunció a los suyos: «en el mundo tendréis lucha» (Jn 16,33). Él se ha puesto a nuestro lado, o mejor, a nuestra cabeza, para recibir los golpes del mal y dar testimonio de la verdad. Así es como reina, así es como nos lleva hasta Dios.
Jesús hace frente al mal no con la fuerza violenta, que es el instrumento del poder, sino con la verdad, que es el camino del amor. Jesús es el testigo de la verdad y así hace posible el camino del hombre hasta Dios. La verdad de la que da testimonio es la única verdad que incumbe de forma definitiva al hombre: la de Dios. Y la verdad de Dios es el amor: «Deus caritas est», concluye san Juan en su primera carta. Dios es amor y el amor se ofrece no violentando la voluntad, sino mostrando la verdad de lo que es. Y justo ahora, cuando asume el golpe del mal sobre el hombre y da testimonio de la verdad, es cuando se muestra como Rey. Así llegará a la cruz y en la cruz dará el más solemne de su testimonio. Y el que es de la verdad entiende este testimonio. «Todo el que es de la verdad, escucha su voz». Los hijos de la verdad lo entienden: es la ofrenda que Dios hace de sí al hombre en la persona de su Hijo.
Los poderes idolátricos del mundo siguen burlándose de este testimonio, porque les parece débil y pobre, pero el crucificado venció la muerte con su amor, abrió las puertas del cielo y llama a su pueblo para que le siga en su reino. Cristo lucha amando y vence amando, pero no es rey para sí mismo, es rey para su pueblo, para que le sigamos, para que acojamos el testimonio de su amor, la verdad de Dios, y dejemos que esta verdad se grabe en nuestros corazones y dé forma a nuestros corazones: es la verdad de la Trinidad y de su obra por nosotros, lo que confesamos en el Credo. La verdad que confesamos en el Credo tiene poder para dar forma a nuestro corazón, para unirnos a Cristo y vencer con él todo mal. Esta fuerza es más real que la del poder de los tiranos.
No nos debe preocupar el aparente poder del mundo, que nos desprecie o nos persiga, lo que debe preocuparnos es que nos contaminemos con su mentalidad, que deseemos como ellos, que obremos como ellos, que nos convirtamos en idólatras del poder, de las riquezas o del placer. Nosotros no debemos tener mayor preocupación que conocer la verdad de la que Cristo da testimonio y alimentarnos de ella, escuchando su palabra, comulgando su Cuerpo, para que él viva en nosotros, para que con él demos testimonio de la verdad y con él reinemos.
Cuando la apariencia de este mundo caiga como un velo, se mostrará a todos lo que ahora sabemos por la fe: que Cristo es el Rey del universo, rey universal y eterno. Entonces aparecerá Cristo glorioso, con las marcas de su Pasión; y junto a él nosotros, con nuestras propias heridas, participando de su gloria. Y esa gloria, no es oro, ni placeres carnales, ni el orgullo de los poderosos, sino el gozo limpio del amor divino, solo amor.

 

Alabado sea Jesucristo
Siempre sea alabado
 
Enrique Santayana C.O.
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Homilía del 24 de noviembre de 2024
SOLEMNIDAD DE CRISTO REY
Oratorio de San Felipe Neri
Alcalá de Henares
Fecha-1639Lunes, 25 Noviembre 2024 15:42
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