DOS SABIDURÍAS. La parábola de Lázaro y el rico
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- Categoría: Domingo XXVI
Cristo, siendo rico, se hizo pobre, para enriquecernos. Viendo nuestra pobreza, siguió la ley del amor, que es la ley divina, la sabiduría del cielo, y se hizo pobre por amor. Y tú, cristiano, ¿crees que puedes seguir otra ley que no sea la que movió a Cristo a hacerse pobre por ti? ¿Crees que puedes seguir otra ley que no sea la de la caridad? ¿O quizá crees que puedes seguir esa ley sin sufrir, es decir, sin padecer con el que padece, sin sacrificio? No, en este mundo el amor implica sacrificio.
2º. El pecado endurece el alma. Hay que convertirse hoy, antes de que nuestra alma sea incapaz. El pecado —aquí el pecado de amar más el dinero y los placeres— endurece de tal modo el corazón, que toda gracia de Dios puede llegar a ser inútil. «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto». Nosotros tenemos a la puerta de nuestra alma a Cristo pobre, a Cristo que se ha hecho pobre por nosotros y suplica, no para sacarnos nada, sino para darnos su gracia, la vida que realmente vale. ¿Escucharemos su voz? Si no la escuchamos hoy, si en el momento presente no nos arrepentimos y pedimos perdón, si en el momento presente no cambiamos de vida y no nos hacemos pobres para suplicar la riqueza de Dios, la que vale de veras, la que nos llega del cielo por los sacramentos, es posible que nuestra alma se endurezca hasta que llegue un punto de endurecimiento que ya no podamos, y sea inútil para nosotros la sangre de Cristo.
3º. La muerte y la separación. Llegará un momento, con la muerte, en que ya no habrá posibilidad de pedir perdón. Con la muerte, nuestra alma será llevada a la presencia de Dios, individualmente. No será el momento de la súplica, ni del cambio de vida, sino del juicio, y ese juicio, el de Dios, inapelable, conduce a una eternidad definitiva, de vida o de muerte. «Entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso». No es posible hacer compatible la caridad de Dios con un hombre que ha perdido todo punto de amor, dejándose endurecer por el pecado y desoyendo durante los años de su vida la voz de Dios, la súplica de su Hijo hecho pobre. No es posible que la oscuridad viva en la luz, el alma sin caridad en la caridad de Dios. El desamor, la impiedad, levanta un abismo en torno a ella —el rico no se percataba ya siquiera de las miserias de Lázaro—, al otro lado quedan todos los demás y Dios. La muerte convierte esa separación en un abismo que no se puede cruzar.
4º. La falta de amor a Dios y de amor al prójimo lleva al infierno, de la misma forma que el amor lleva al amor, es decir, a Dios, al cielo.
5º. Existe el cielo y el infierno. Y el infierno es atroz.
6º. Dios hará justicia a los pobres, a los verdaderos pobres. Dios no ve con indiferencia sus sufrimientos y, aunque nos pueda parecer ausente, está atento y mira con amor a los verdaderos pobres. ¡Y les hará justicia! «Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos».
7º. Es mejor el amor. A pesar de lo que el mundo entero opine, es mejor amar y ser pobre, que no amar y gozar de todos los bienes de este mundo. El desamor, la indiferencia, la crueldad y el odio tendrán un límite. Cristo ha puesto ese límite con su resurrección. El amor no tiene límite. Ni de tiempo, porque será inmortal; ni de potencia, porque en el corazón de sus hijos, con ese vínculo que les une con Dios, se hará más y más grande, más y más fuerte. Para siempre.
Que Dios nos dé del Espíritu de su Hijo, que nos amó y se hizo pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza.
Alabado sea Jesucristo
Siempre sea alabado
Siempre sea alabado
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En la iglesia del Oratorio de San Felipe Neri, de Alcalá de Henares
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