Oratorio San Felipe Neri de Alcalá de Henares

Jesús sube a Jerusalén para ofrecer una sola vez el sacrificio, que es un sacrificio de amor. Asciende con cada etapa, y prepara su humanidad para la entrega. Asciende enseñando, perdonando, corrigiendo, curando… que son en él siempre actos de amor, que se suman, uno tras otro, y preparan el acto de amor definitivo. Y con cada acto de amor también prepara y corrige a sus discípulos para beber todo el amor que se derramará, infinito caudal, desde la cruz. Lo prepara porque no podrían beberlo sin esta preparación, como veremos enseguida. Pero con cada jornada y con cada gesto de amor se separan también cada vez más los que lo desprecian. A pesar de sus debilidades, los que lo acogen están cada vez más unidos a él y, a pesar de su aparente perfección, los que lo desprecian están cada vez más lejos, hasta llegar al odio con el que lo matarán.

Jericó, la ciudad milenaria, marca la última etapa del camino antes de llegar a Jerusalén. Hay un significado en la geografía del Evangelio. Jericó marca la última etapa antes de llegar a la ciudad santa donde Jesús debía consumar su sacrificio. El domingo pasado nos mostraba, en una etapa anterior, a Jesús invitando a los hombres a alejarse del fariseo de la parábola que creyéndose justo despreciaba a los demás, e invitando a imitar al pecador que, sabiéndose indigno y suplicando perdón con humildad, era justificado por la gracia de Dios. Cerca está ya la cruz donde todos los hombres se dividirán entre los que con humildad piden perdón y los que desdeñan y desprecian al crucificado.

El pasaje de hoy nos presenta a Jesús ya en Jericó. Su amor es en cada etapa más incisivo. No se va a contentar ya con acoger el perdón de los que tomen la iniciativa de acercarse a él. En la ciudad había un jefe de publicanos, Zaqueo. Jefe de publicanos equivale a decir «jefe de bandidos y de traidores», «¡gran bandido, gran traidor!»; porque los publicanos recaudaban impuestos para Roma y extorsionaban a los suyos para enriquecerse. De ahí que se diga que este Zaqueo era «jefe de publicanos y rico».

Era pequeño de estatura, quería ver al peregrino, que va acompañado de un abundante número de discípulos, no solo los doce Apóstoles, y también un buen número de instigadores, fariseos la mayoría. Ha hecho un gran milagro en la puerta de la ciudad y todos lo rodean. Quería ver a Jesús, pero no puede. Se adelanta y sube a un árbol. Jesús, cuando llega al sitio, levanta los ojos y lo llama por su nombre: «Zaqueo, baja deprisa, porque es necesario que hoy me quede en tu casa». Conocía el nombre y conocía el pecado que había detrás de aquel nombre. Hay algo solemne en sus palabras: «Es necesario que me quede en tu casa». El «es necesario» expresa lo que Dios ha determinado. Y aquí es la afirmación de que Dios quiere que el Cordero inocente, el hombre sin pecado, vaya a la casa del pecador y tome también sus graves pecados. Hay algo de solemne, pero al tiempo es la dulce llamada de la misericordia, que no humilla denunciado con dureza el pecado que todos conocen, sino que pide ser acogida en el hogar: «Es necesario que me quede en tu casa». Es la llamada de la misericordia.

Zaqueo no debía de ser un hombre piadoso y podría haberse reído de la llamada de Jesús; sin embargo, baja rápidamente y acoge a Jesús, «muy contento». San Lucas dice: «al ver esto, todos murmuraban. “Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador”», se hace amigo de los ladrones y traidores. Todos murmuran, los que iban tras sus pasos instigando, pero también sus discípulos y sus amigos, «todos». El amor de Cristo es necesario aprenderlo paso a paso, porque es demasiado para nosotros. Ya os decía antes que, con cada gesto, Jesús preparaba el corazón de los que lo seguían. Y tendrán que aprender también aquí que todos somos como este ladrón despreciable, al que Jesús mira con amor y al que le ofrece el perdón, no echándole en cara nada, sino con un gesto amistoso. La misericordia de Cristo se convierte en una encrucijada para el corazón: los que no quieren acogerla y aprender terminan engrosando el número de los que hostigan a Jesús y terminan rechazando su amor en la cruz. Los que sí quieran acogerla abrirán las puertas de su casa interior para acoger el don de un amor más fuerte que la muerte y tendrán una alegría que nada les podrá arrebatar, la alegría salvífica de los que son salvados y que provoca un cambio real de vida: «Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más».

«Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este es hijo de Abraham. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido». Sí, Dios es amigo de la vida. Creó para la vida, no para la muerte. Y nos llama con suavidad para que aprendamos y nos gocemos con un amor ante el cual el mundo entero, grande, que él creó, es como una gota de rocío.

Pasará el mundo entero y su amor seguirá brillando y llenando de alegría a los que lo hayan acogido, como Zaqueo; su amor seguirá llenando de alegría a los que, a pesar de su primer rechazo, quisieron aprender de la misericordia de su maestro y siguieron tras él, como discípulos, como quien aprende del verdadero Maestro, hasta Jerusalén; su amor seguirá llenando de alegría a los que a pesar de nuestro corazón estrecho queremos aprender de él y seguirle cada domingo hasta el altar del sacrificio, para alimentarnos de este pan que es la misericordia de Dios. No despreciéis nunca este pan.

 

Alabado sea Jesucristo
Siempre sea alabado

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Homilía del domingo 30 de octubre de 2022, domingo XXXI del tiempo ordinario, ciclo C
En la iglesia del Oratorio de San Felipe Neri
Autor-1586;Enrique Santayana
Fecha-1586Jueves, 03 Noviembre 2022 20:42
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