Oratorio San Felipe Neri de Alcalá de Henares
Hablaban los discípulos de la grandeza y de la belleza del Templo de Jerusalén. ¡Era realmente colosal! Los judíos se sentían orgullosos. Jesús empieza su enseñanza con algo que cualquiera podría aceptar, porque es propio de todo lo que existe en este mundo: que todo pasa. Aunque Jesús precisa más y habla de una destrucción violenta: «Esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida». Sus discípulos, sorprendidos, le preguntan cuándo ocurrirá.
Entonces Jesús da un salto en su enseñanza, porque habla de la destrucción real del Templo de Jerusalén como anticipo de una destrucción mayor, la que precederá a la resurrección universal de los muertos. Realmente Jerusalén sufrió un tremendo castigo por parte de Roma poco después de la muerte de Jesús. El enorme Templo fue el escenario de una crueldad terrible, sufrió el fuego y, al final, fue demolido piedra a piedra. Esto se consumó en el año setenta. El cumplimiento exacto del anuncio de Cristo sobre el Templo nos enseña a entender que no exagera cuando habla de la convulsión que precederá la resurrección universal, que, como ya he dicho, se adelanta, de alguna forma, para cada hombre antes de su muerte.
El resultado es que del orden actual de todo lo creado, material y espiritual, no quedará nada. Este orden dará paso a otro que será definitivo, el de la resurrección, en el que los hombres que sean juzgados dignos participarán de la gloria de Dios.
Y como la resurrección de Cristo fue precedida por un ataque feroz de fuerzas humanas y diabólicas, así también la resurrección universal será precedida de un ataque feroz y último. ¿Con qué objeto? Uno solo: separar al hombre de su único Salvador; ya sea con el miedo a sufrir por mantenerse fiel a Él y a su ley; ya sea con el escándalo ante el dolor que el hombre no suficientemente asentado en la gracia suele achacar injustamente a Dios; ya sea con la seducción de deslumbrantes salvadores, que ofrecen consoladoras doctrinas y caminos que parecen mucho más fáciles que el Evangelio.
Muchas veces a lo largo de la historia los hombres han sufrido guerras, catástrofes, hambres y pestes. Pero las que se desencadenarán al final de los tiempos no tendrán igual. ¿Pensáis que eso está lejos? No lo sabemos. En varias ocasiones Cristo llama a los suyos a estar vigilantes. Y vigilantes también –y esto nos lo tendríamos que meter en la cabeza– ante el ataque del diablo en la vida de cada uno cuando se acerca su fin personal. Dice san Pedro que el diablo ronda como león rugiente buscando a quien devorar. Y su hambre de muerte no se sacia nunca, busca la perdición de cada hombre, y cuando se acerca el fin, la busca con más ahínco. Por eso cuando llega la enfermedad y la ancianidad, con los sufrimientos, los miedos y las tentaciones que trae, es más necesario que nunca estar alerta y afirmarse en la oración y en la vida de la gracia.
El mundo no quiere que pienses en ello, quiere que vivas distraído, dormido, narcotizado, embebido en placeres, o amedrentado. Por el contrario, Cristo te dice que mires la vida de frente, a su lado, sin miedo y vigilante. Cuando tengáis noticia de estas cosas «no tengáis miedo», dice él. E igual que dice que no temamos, nos advierte también sobre los falsos salvadores. Solo él es el Mesías y el Salvador del hombre, no hay otros; uno solo el Evangelio y su ley, que es seguirlo a Él, obediente a Dios Padre y amante del hombre hasta la muerte; una sola es la gracia, el amor que nos une a él y que bebemos en los siete sacramentos; una sola es la comunión de sus discípulos con él, la Iglesia Católica, donde recibimos los sacramentos y donde se nos enseña a vivir; una sola es la puerta de la vida: la cruz de Cristo. «Si morimos con él, viviremos con él».
La ciencia es buena y es necesaria, pero no nos salvará la ciencia. La política es necesaria y un gran servicio, si se hace bien, lo cual no es común. Pero no nos salvará ningún poder político, ninguno. Ninguna ideología, ninguna moda de pensamiento, solo Cristo.
Ante todo mal, y todo dolor, y toda posible seducción, Cristo nos invita a perseverar tranquilos unidos a él, justo un paso detrás de él, porque él va siempre a la cabeza: «Ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas». Perseverad en el bien y en la verdad; perseverad unidos a él, por la oración y los sacramentos; perseverad en la comunión de sus discípulos, de la Iglesia Una. Él es nuestro único bien y es la verdad. Todo pasará, llegará el dolor o la enfermedad, o veremos cosas que tenderán a desalentarnos, quizá en nuestro propio corazón; nos harán la guerra, también los que más queremos —quizá sin mala intención—, una guerra espiritual, con la que se nos intentará arrancar de Cristo. No tenemos que temer, solo debemos estar vigilantes y perseverar unidos a él: «con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».

Alabado sea Jesucristo
Siempre sea alabado

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Homilía del domingo XXXIII, ciclo C, del tiempo ordinario
13 de noviembre de 2022
En la iglesia del Oratorio de San Felipe Neri, de Alcalá de Henares

«Ni un cabello de vuestra cabeza perecerá;

con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas»

Autor-1590;Enrique Santayana
Fecha-1590Jueves, 17 Noviembre 2022 08:11
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