Oratorio San Felipe Neri de Alcalá de Henares

Domingo de Ramos (13-IV-2025)

«Caminaba delante de ellos, subiendo hacia Jerusalén»
(Lc 19,28)

En el domingo de Ramos nos unimos a los discípulos que acompañan al Señor. Tenemos la idea de que es la población de Jerusalén la que aclama a Jesús, pero son sus discípulos los que le aclaman entusiasmados, que en este momento son muchos y le vienen acompañando durante muchas jornadas, peregrinando para la Pascua. La última gran parada antes de llegar a Jerusalén, ha sido Jericó. Allí Jesús ha curado a un ciego que le aclamaba como el hijo de David, como el Mesías. Y con el milagro, se ha exacerbado el entusiasmo de sus discípulos. Tienen la certeza de que en esta Pascua su Jesús será proclamado Mesías, esto es, Rey, como el rey David, o como Salomón. De hecho, que Jesús entre sentado en un pollino nos recuerda cómo entró Salomón para ser coronado, también en Jerusalén, así lo narra el libro de los Reyes. También el profeta Zacarías había anunciado que el Mesías Rey entraría en la Ciudad santa sobre un asno joven, no montado antes. Y los ramos de olivo recuerdan aquellos que usaban cada año en la fiesta de las Tiendas para pedir y anticipar simbólicamente la venida del Mesías. Ahora, sus discípulos ya no piden ni anticipan en símbolos, lo reconocen presente: “Este es el Rey de Israel”, el hijo de David. Y mientras alfombran el camino con sus mantos, cantan los salmos previstos para recibir la comitiva real en la entrada del templo: «¡Bendito el rey que viene en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en las alturas».
Nosotros, discípulos de Cristo, nos unimos a los discípulos de todos los tiempos y repetimos el mismo canto:«¡Bendito el rey que viene en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en las alturas». Tenemos que entender bien qué significa eso para nosotros.
 
Vamos a Jesús. Nunca iba Jesús así a las ciudades a lomos de un borrico, pero esta vez es él quien manda a sus discípulos a buscar el pollino en el que ha de montar y les dice cómo han de responder al dueño del animal, cuando les pregunte qué hacen: «El Señor lo necesita». Es una proclamación de realeza, y debe entrar sobre sus lomos para que los que esperan el cumplimiento de las promesas divinas puedan reconocerlo. Cuando llega a Jerusalén, los que se oponen a él le exigen que silencie a quienes lo aclaman como Rey: «Reprende a tus discípulos». Es decir: reconoce ante ellos que tú no eres el Mesías Rey, ¡y que callen! Pero, ¿qué les responde Jesús? «Si estos callan, gritarán las piedras». Es una rotunda forma de decir: «Soy el Mesías Rey y ellos deben proclamarlo». Más aún, toma esas palabras, «si estos callan, gritarán las piedras», del profeta Habacuc, que denuncia y decreta la ruina de los que se han hecho dueños de lo que no les pertenece. Los que quieren ocupar el lugar de Dios y ser dueños de sí mismos, nunca reconocen al Mesías. Así pues, sí, también Jesús, cuando llega al Monte de los Olivos y contempla el lugar santo y se dispone a bajar el valle y luego subir la ladera hasta atravesar los muros de la ciudad, también él vive este momento como Rey que toma posesión de su reino. Sin embargo, mientras que sus discípulos lo viven con una especie de entusiasmo ciego, él lo vive con la gravedad de quien sabe que el título de rey colgará de la cruz donde ha de morir, con una inteligencia clarísima de lo que le espera. Los discípulos aman a su maestro —aunque su amor sea pobre y endeble— no saben lo que ocurrirá y van alegres. Jesús avanza con un amor firme que le lleva, con otra alegría, al sacrificio por aquellos a los que ama.
 
Vengamos sobre nosotros mismos. El domingo de Ramos nos enseña a seguir a Jesús hasta su pasión y muerte. En un momento de la pasión le pregunta Pilato: «¿Eres tú el rey de los judíos?». Pilato es el representante del gran poder de este mundo, Roma. Este es el ídolo de nuestro tiempo, el falso dios al que sirve nuestro tiempo, el ídolo al que quizá también nosotros sirvamos. Creemos que el poder está por encima de la verdad y ¡no nos importa la verdad! ¿A quién le importa si existe o no existe Dios? ¿Si existe la vida eterna y el infierno para los hombres? ¿Si tenemos un alma inmortal? ¿Si hay un camino para salvar el alma o un camino para perderla? Indiferentes a la verdad y tolerantes con la mentira.
No buscamos lo bueno y lo verdadero, solo nuestros deseos y caprichos. Nuestros deseos son nuestra ley y nuestro poder es nuestro Dios. Queremos decidir si somos varones o mujeres; si dejamos vivir o matamos en el vientre materno a los hijos que engendramos; así que nos damos leyes a nosotros mismos, contrarias a la ley de Dios, que nos permiten hacer lo que queramos. ¿Qué más nos da lo que realmente sea el aborto? ¿Qué más nos da si es o no un crimen? Decidimos que el mal está bien, lo aprobamos en el parlamento y lo hacemos ley. Nos casamos y hacemos un voto público de fidelidad para toda la vida, pero luego nos enamoramos de otro y, como nuestros deseos son ley, rompemos los votos, adulteramos, destrozamos a nuestro cónyuge y a nuestros hijos. Esta es nuestra verdadera religión, no el cristianismo, sino poder hacer lo que nos dé la gana, ser nuestros propios dueños, ser reyes y dioses de nosotros mismos. Nuestros deseos son nuestra ley y nuestro dios es el poder. Pilato, que representa el poder, le pregunta a Jesús: ¿tú eres Rey? La respuesta de Jesús: Tú lo dices, soy Rey.
Pero, ¡qué distinto! Es un rey sometido por amor al amor de Dios, su Padre, que ha dispuesto su muerte para salvar al hombre. Amor filial. Y un rey sometido por amor al hombre, al que quiere salvar con su sacrificio. Cristo nos muestra que el verdadero poder no es ese que idolatramos, sino el de la obediencia a la verdad y el bien. Jesús nos muestra que el verdadero poder está en la obediencia filial a la ley eterna de Dios. Este es el verdadero poder que nos abre el camino de la vida divina. Caminando hasta la cruz no hace sino llevar a su perfección la ley: el amor a Dios, su Padre, y el amor a los hombres, los dos preceptos que condensan la ley divina y eterna.
Al iniciar la entrada solemne hemos escuchado que Jesús caminaba delante de sus discípulos subiendo a Jerusalén. Sí, él va delante de los suyos. Este mínimo detalle nos dice lo que es la vida cristiana. Él va delante como Pastor que conduce a los suyos por los caminos de esta vida hasta la vida de Dios, nuestra meta. Va delante como Rey para afrontar, el primero, las heridas de la batalla y vencer con sus heridas. Va delante como profeta mostrando la verdad de Dios y del camino que lleva a él. Va delante como Sacerdote que ofrece el sacrificio de sí mismo en el altar de la cruz. Nosotros vamos detrás de él y con él. Él nos ha llamado a compartir su vida.
La pregunta es si nosotros le seguiremos. Si lo tomaremos como rey, de veras. Dijo un día como hoy el papa Benedicto XVI: «Reconocerlo como rey significa aceptarlo como aquel que nos indica el camino, aquel del que nos fiamos y al que seguimos. Significa aceptar día a día su palabra como criterio válido para nuestra vida. Significa ver en él la autoridad a la que nos sometemos. Nos sometemos a él, porque su autoridad es la autoridad de la verdad». Yo me pondría de rodillas para suplicaros que entréis dentro de vosotros mismos, en vuestra conciencia, donde solo Dios ve, y que os preguntéis allí si Cristo, el que os ha amado hasta la muerte, el que os ama porque está vivo, es vuestro Rey, si queréis que lo sea. Preguntaos si, en contra del espíritu de nuestra época, queréis renunciar a ser vuestros propios dioses, si renunciáis a la idolatría del poder, para seguirlo a él. 
Alabado sea Jesucristo
Siempre sea alabado
 
Enrique Santayana C.O.
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Homilía del Domingo de Ramos, 13 de abril de 2025
Oratorio de San Felipe Neri, Alcalá de Henares, Madrid
Autor-1663;P. Enrique Santayana Lozano
Fecha-1663Lunes, 14 Abril 2025 14:50
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