El hombre de hoy dice: «"quiero" alegrarme, ser feliz,..."pero no encuentro motivos" en mi vida...además, me parece absurdo anhelar constantemente una alegría para siempre [felicidad] que sé que nunca voy a alcanzar...como el burro la zanahoria»; así, imbuido por esta mentalidad y convencido de esa certeza, como no puede acallar el deseo de felicidad infinita que reclama su corazón pero no sabe qué debe hacer para alcanzarla, decide "rellenar" su vida con todas las experiencias satisfactorias que pueda...por muy frágiles, fugaces y transitorias que sean ("¡que me quiten lo `bailao´!", "¡comamos y bebamos, que mañana moriremos!"), buscando cualquier experiencia que le acerque a la "alegría para siempre"...aunque, alguna vez (por una se empieza) tenga que contradecir mis principios morales.
Inicia, entonces, un camino de acopio de experiencias de bienestar que anestesien el dolor del sin-sentido que experimenta cuando analiza su existencia y la perenne reivindicación de su corazón, el absurdo que envuelve su vida y el tipo de persona en la que se está convirtiendo...una persona que encuentra la alegría en el placer, para lo cual necesita tener y eso supone poder: placer, tener y poder son las prioridades sobre las que construye su ser (¡qué curioso...las mismas tentaciones que sufrió Jesús en el desierto!). El tiempo demuestra que edificar la vida sobre mentiras e ilusiones acaba degradando a la persona, la fragmenta y la hace infeliz, porque agudiza cada vez más el vacío existencial en el que vive, viéndolo como una esclavitud de la que cada vez se ve más incapaz de salir, comprobando que niguno de los sucedáneos que encuentra satisfacen plenamente el anhelo de alegría verdadera que resuena permanentemente en su interior...y es que, después del domingo, SIEMPRE llega el lunes.
Si se para un momento a reflexionar, se preguntará: «¿Por qué no puedo convertir mi vida en una sucesión constante de momentos gratos, como una colección de "subidones" de adrenalina, de experiencias "cumbre"?» Es fácil, porque la respuesta a la infinitud de tu corazón no puede venir de lo que no es infinito, nada de este mundo puede satisfacer plenamente tus ansias de felicidad, ninguna criatura puede colmarte,...la respuesta no viene de la tierra, sino del cielo...y tu corazón no se conforma con sucedáneos, con marcas blancas, quiere el original, lo inimitable,...quiere a Dios. Y la Escritura nos cuenta cómo Él creó al hombre a su imagen y semejanza, y para la felicidad: en el paraíso era feliz porque vivía en la comunión plena con su Creador, les unía un estrecho vínculo de Amor, y éste Amor le hacía capaz de amar al otro con el corazón de Dios...¡éste era el plan de Dios para el ser humano!; pero Adán y Eva dijeron "¡NO!" a Dios: "no" a la comunión en que vivían, "no" a la alegría que recibían de Él, y decidieron construir una alegría a su medida, lejos de las leyes del Creador y de la obediencia, lejos del Amor. Al romper la relación con su Creador, rompieron todas las relaciones: consigo mismo (dejaron de entender la vida como una vocación y una misión de amor, perdieron el sentido de la vida), con el prójimo (que se convierte en un rival en su ansia de coleccionar alegrías) y con el mundo creado (al que contempla como la despensa que puede saquear para colmar sus ansias de poder, tener y placer). ¡¿Cómo no va a florecer constantemente a nuestro alrededor la injusticia, la tristeza, la desesperación, el sin-sentido, la ley del más fuerte?!
En estas circunstancias, es comprensible que surja la pregunta: «¿Cómo puedo salir de aquí?, ¿dónde está la llave que me saque de esta celda? ¿qué debo hacer? ¿cómo puedo salvar alcanzar el amor infinito al que estoy llamado? ¿Cómo salvar la inmensidad que existe entre la infinitud que deseo y la finitud que experimento en mí y a mi alrededor?» La respuesta es sencilla: «Nada. Tú no puedes hacer nada; no está en tu mano franquear la distancia infinita que ha generado el pecado al romper la unión que existía en el principio entre Dios y el Hombre, tú no puedes conseguir -por méritos o por esfuerzos- la llave que te libere de la vida de tus esclavitudes. Tú no puedes hacer nada...sólo implorar, pedir, clamar...y esperar que Alguien venga a salvarte».
Ahora es cuando puedes entender lo que significa la Navidad y el Adviento, ahí está la clave de la alegría que anuncia la Iglesia desde hace más de 2.000 años y que celebramos estos días en casi todos los países del mundo: que Dios anula el precipicio que nos separaba de él con su Encarnación, que haciéndose hombre -como nosotros- une lo finito y lo infinito, haciéndonos partícipes de la vida eterna por su pasión, muerte, resurrección y ascensión...y todo por amor. ¡Esta es la Buena Nueva! Dios me ama infinitamente, personalmente, con un amor pleno y verdadero...Éste es el fundamento de la alegría cristiana: la certeza vivida de que Dios me ama siempre, y me entrega lo más valioso que tiene (su propio Hijo) a través de su Madre, para que yo me convierta en hijo y tenga su misma Madre. Luego, la alegría cristiana es una consecuencia de la fe, es un fruto del Espíritu Santo que habita en mí, nace del amor y fundamenta toda mi vida, se basa en mi comunión de amor con Cristo Jesús y, por medio de Él, con todos los hombres...A mayor unión con Él, más alegría "para siempre", y viceversa. Por eso dice San Pablo: "Alegraos en el Señor" (Flp 4,4), "Estad siempre alegres" (I Tes 5,16), "¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, el hambre, la desnudez, el peligro, la persecución...?" (Rom 8,35-36); por eso podemos encontrar personas postradas en una cama con incesantes dolores o sacudidas por la desgracia o cargando con fardos muy pesados, pero que transmiten alegría, paz, mientras que otras con buena salud, con muchos bienes y todo el viento a favor en su vida, pero que están amargadas. La alegría verdadera da sentido a la vida, porque se fundamenta sobre roca, mientras que la alegría transitoria deja vacío...y no encuentra motivos para estar SIEMPRE alegre, se conforma con consumir satisfacciones. ¡Navidad es la fiesta de la alegría gozosa, el inicio de la Pascua! ¡Feliz Navidad!
...pero no tienes por qué estar de acuerdo conmigo...