«De la misma facultad necesitan tanto los que profetizan, como los que escucha a los profetas; ya que nadie puedo oír a un profeta si el Espíritu mismo que profetizó no le diera la inteligencia de sus propias palabras».
Por otro lado, es la lectura de un discípulo de Cristo, y un discípulo no quiere sino conocer más a su Señor y obedecerle. Según Benedicto XVI,
«una lectura espiritual de la Escritura es una lectura que la considera realmente como inspirada y procedente del Espíritu Santo, de modo que ella nos puede “instruir para la salvación”. Se lee la Escritura correctamente poniéndose en diálogo con el Espíritu Santo, para sacar de ella luz “para enseñar, convencer, corregir y educar en la justicia (2Tim 3,6). “Así el hombre de Dios se encuentra perfecto, preparado para toda obra buena”».
P. Enrique Santayana C.O.